Esta semana se ha desatado la euforia. Pfizer se ha adelantado a sus competidores. Desde su sede, Nueva York, ha lanzado al mundo un mensaje de esperanza, no exento de flecos, que se han de tejer, con mucha habilidad, hasta conseguir el funcionamiento de la vacuna. Aunque no están solos en esta gran empresa y cuentan con el escepticismo de gran parte de la comunidad científica, han sabido posicionarse y mover lo que parecía imposible: el dinero.
Sin dinero, no hay éxito. Y cuando el dinero fluye en abundancia, los obstáculos que acarreen el descubrimiento que se suponen muy complicados, sobre todo la conservación a 80 grados bajo cero, se hacen menos insalvables. El anuncio ha contribuido a despertar ilusión, y desde el pasado lunes, toda la humanidad, estamos un poco más segura y alegre. A ver si comenzamos a dejar tantos miedos que hemos acumulado en tan poco tiempo.
Pfizer, hace más de veinte años, sacó al mercado unas pastillas que revolucionó el mundo sexual de los hombres. Y ahora, las redes recuerdan esta hazaña con comentarios vejatorios, chistes de mal gustos y anécdotas sin gracia alguna. Pero las personas, adultas, tenemos libertad para acceder a cualquier noticia que pongan en la red, si es falsa o verdadera, de nosotros dependen cotejarla, buscar la fuente, es decir, nos creemos lo que nos queramos creer.
Cuesta trabajo admitir que un gobierno que tiene, a todas horas, en sus labios la palabra: progresista, quiera hacer un cribado de las noticias. El motivo que alega no es muy convincente, y si se empeñan en protegernos de todo lo que nos pueda dañar del exterior, no les va a dar tiempo a ejercer sus tareas. Hay muchas maneras de ejercer el control de una población, sirva como ejemplo el atropello al castellano, y bien calladitos estamos. Si el periodismo no juega su papel en completa libertad, habrá que buscar otro significado, más adecuado a los tiempos, a la palabra democracia.