Como cada día al terminar la jornada. Le debieron sobrevenir sensaciones diversas, agolpadas en su pecho y escondiendo sus emociones de las miradas que ese atardecer cruzaban la calle. Pero no dijo nada. El adiós que sabe a despedida, entristece mucho; saca la lágrima fácil y también la dura, la que se esconde tras los labios y párpados apretados, disimulando entereza. Y él aprendió a ocultar sus problemas y miedos bajo el silencio. Cabizbajo tras su mostrador atendía con la cortesía de siempre, pero hacía algunos años que no era el mismo. Se tornó taciturno y huidizo cuando siempre lo conocimos con una alegría, como dicen en el argot argentino “soberbia”.
Cuando Antonio “Pelillos” cogió el quiosco, éste llevaba muchos, con sus padres al frente, repartiendo chuches, prensa, tabaco, lotería. En tiempos difíciles, en la calle, con apenas lo justo, y con las horas de dedicación y mejora de vida tuvieron la oportunidad de comprar el pequeño local que acaba, por el momento, de dar el cierre.
Me entristece de veras escribir estas líneas. Conocí a Antonio, feliz, dicharachero, charlatán, apenas abría, ya había encontrado a alguien con quien discutir las noticias del día, sopesar cómo acabaría la liga, o simplemente, cualquier nimiedad. Con todo se atrevía, era un poco el alma de la calle, y en tiempos de la Cafetería Castilla rivalizaban en atraer clientes. Probablemente no había un espacio más ruidoso en Antequera, pero seguro que tampoco con tanta vida.
Antonio ha echado el cierre, con una depresión muy profunda, mayor de la que los vecinos hemos podido comprender. Les animábamos con una conversación que quizá a él le resultara frívola, o en el mejor de los casos, vacía. Animar a quien ha perdido su horizonte no es tarea sencilla y máxime cuando la agarradera que lo mantenía en pie, Tere, atraviesa el túnel de la enfermedad aunque sabe que hay salida.
Como mínimo una vez a la semana iba al quiosco a recoger un número de Lotería Nacional al que llevaba mi padre treinta y cinco años abonado. Muchas palabras intercambiadas. La bajada del telón me duele, sobre todo, por no tener noticias de él y de Tere con tanta frecuencia. Es verdad que casi siempre, hay que sumar en la familia a los vecinos más cercanos.