El título de la última película del mejor director de la Academia de las Artes Cinematográficas de España, hasta la fecha, viene como anillo a la situación actual de nuestra industria cinematográfica. En el año 2010, hemos perdido seis millones y medio de espectadores, y el dinero recaudado por las producciones españolas no supera el entregado para subvencionarlas. Estos dos datos diagnostican claramente lo enfermo que se encuentra el cine español. Existe un virus a erradicar, «el productor subvencionado». Un individuo que se dedica a recaudar todo lo posible de instituciones y amiguetes instituidos para levantar su antojo peliculero. Una vez hecho el negocio, el público y la taquilla, se la traen. El cine es arte e industria, el equilibrio entre las dos es lo que llamamos «peliculón». El productor es el empresario que estudia el producto, a quién va dirigido, qué sensibilidades puede abordar, distribución, lanzamiento… lo de toda la vida. Pero claro, luego viene el listo de turno que se lo lleva todo calentito, menos el beneplácito del público, y nos dice eso de… es que soy independiente, o el espectador es poco inteligente o culto.
Hace días, nos reunimos unos productores en Madrid. No tenemos el poder de un nombre, una institución, un gran amigo, o un guión cercano a la ideología que preside el poder, pero tenemos muy claro que queremos formar una industria en la que las Instituciones ayuden en impuestos, una distribución legal del producto, un mercado más ligero de cargas. Así, sí hacemos una industria, con profesionalidad, trabajo y esfuerzo. Tenemos grandes profesionales, cultura, arte, localizaciones… Esta industria, atontada por las palmaditas, amiguismos, las ideologías y las subvenciones, puede cambiar. La clave está en las nuevas tecnologías, un medio abierto a todos y de todas las condiciones. Así lo proclamó Álex de la Iglesia en su discurso de «los Goya». Fe y entusiasmo, no nos faltan.