¿Qué color tiene el tiempo? ¿A qué huelen los minutos?¿Por qué nos importan las horas que pasan y no tienen perfume? Cuando las vidas se recuestan en amplios horarios y los minutos no se cuentan porque el tiempo no existe, todo se vuelve más pausado. Cuando los segundos no cumplen leyes y no caminan ordenados como niños buenos uno detrás de otro, todo se vuelve más vivo. Cuando uno es cómplice de la imaginación del otro o de muchos ¿dónde se queda la soledad del transcurso de los días?
Un tiempo dibujado en la esfera de un reloj de cocina que recibe los vapores o los olores de lo que se está cociendo. No le importa el tiempo que pase pero sí el resultado positivo de lo que transita sobre ollas, cacerolas o sartenes. Un tiempo que parpadea en un pequeño rectángulo negro incrustado, por orden de la tecnología, en la pantalla del microondas, en el frontal del lavavajillas en la encimera del horno a vapor. Un tiempo que pasa de una manecilla a otra en una esfera blanca, negra, dorada… que se sitúa en la muñeca izquierda o derecha del brazo de quien lleve un reloj de pulsera.
Algunas veces lo asimos para que el tiempo no se escape, para que se detengan las horas porque creemos que así el tiempo se detendrá y que somos los dueños del mismo. No somos dueños del tiempo, no podemos pararlo a lo largo de un año, de dos…. La medida relativa del tiempo es tan ficticia. Detenido en una clepsidra o en la arena decadente y lenta pero imparable de esos otros relojes del tiempo. Luces y sombras.
No cambiamos los humanos las horas, solo se nos permite adelantar o atrasar nuestros relojes de vida cuando entra la primavera o el otoño. Sólo se nos concede acercarnos a intuir que el tiempo es muy valioso y que las manecillas o la luz de un reloj solo son los reflejos efímeros de un tiempo que pasa sin que nos demos cuenta. Hagamos que cuente.