Si Dickens, hubiese conocido a Sor Antonia, “Canción de Navidad” hubiese tenido otro maravilloso enfoque. Sor Antonia, hermana de los Sagrados Corazones, profesora de música y de futuros maestros de música. Mujer cuya vida podría definirse como un pentagrama infinito de sensaciones, enseñanzas y experiencias, en una comunidad educativa, donde rompía los muros para llegar con la música a ciudades y países, en una tarea catecúmena imposible de describir, y que Antequera y los que hemos estado bajo su sombra, le estaremos infinitamente agradecidos. Ella consiguió sembrar en mi yo adolescente un sentido un tanto especial de la Navidad a través de la música.
Por estas fechas, se nos agolpaban los días de ensayo. Salíamos de clase y hacíamos los deberes en el aula de música para no perder tiempo, mientras llegaba la hora del ensayo. Los cantores iban llegando a la hora acordada. Sentir a los compañeros de la Coral María Inmaculada, sus voces, junto a la de uno, te hacían despegar la imaginación y olvidarte de todo. Sólo teníamos ojos para seguir las indicaciones de la hermana y el corazón unido en cada nota interpretada.
Todos esos días de ensayo, incluyendo algún que otro recreo, tenían su bautizo con el concierto de Navidad y la misa del Gallo en la Inmaculada. La noche del 25 comenzaba con aquella misa, a la que nos desplazábamos abrigados en la noche fría antequerana, para darnos las felicidades de la mejor forma que conocemos, cantando, en familia. Tras la misa, un grupo de coralistas jóvenes nos disponíamos para un tour de madrugada por las calles de la ciudad, cantando en las puertas y bajo los balcones de las casas de familiares y algún que otro amigo, que nos esperaban, abriéndonos las puertas de sus casas, recibiéndonos con alegría, brindando, a cambio de nuestras interpretaciones. La unidad, el compañerismo, el cariño y la complicidad que desprendía aquel grupo de jóvenes no tenía agotamiento en la noche. Clásicos, populares, tradicionales… a cuatro voces.
Sin darnos cuenta, nos convertíamos en enviados que cantaban por la calles de Antequera, la buena nueva del nacimiento de nuestro Señor Jesús. Aquellos momentos han quedado impregnando nuestros corazones de por vida, con momentos y anécdotas que recordamos con una sonrisa y los ojos humedecidos de alegría, por haber vivido y transmitido bellos sentimientos. Al final de aquel recorrido, nos esperaba en casa de mi amigo Aragón, unos deliciosos churros con chocolate elaborados por su abuelo. Hoy en día, allí arriba,es un preciado manjar en esa noche especial. Allí, donde algunas de esas voces, hoy forman parte de algún coro de ángeles que nos susurrarán esa noche, y de seguro, Sor Antonia los escuchará, y con una sonrisa socarrona, sacará su afinador diapasón para dar la nota. Y justo en ese instante de la noche de Navidad, donde las fronteras de la imaginación se unen a la realidad, cerraremos los ojos y nos uniremos a ellos.