lunes 22 diciembre 2025
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Carta abierta a mi amigo César

Sí. Se trata de César García Colavidas, el de siempre. El amigo de Antequera, de su Peña Los Cabales, de Ángel Gurrero Fernandez, de Tito Pepe… de tanta gente. Mi amigo, que estimé dejó de serlo hace ya unos años, cuando no fue bien tratado por la edad… He ido informando de su evolución a todos los que me han preguntado por su salud en mis visitas a nuestra Antequera. Sí, he ido informando todo lo que he ido sabiendo.

Conocí a César, allá por los años 1952, en aquella residencia tan familiar de la calle Guadiana en pleno barrio del Viso en Madrid: César iniciaba sus estudios de Derecho, y yo, los míos del Doctorado en Bioquímica. Los dos veníamos de provincias, él de Navarra; yo de Granada. Me tocó a mí aceptarlo o no en aquel Comité de novatadas de la residencia: Yo, en un Comité de Novatadas examinando a César, ¡sí era o no un buen candidato para aquella residencia universitaria! Consignaré aquí que César fue un buen candidato.
Así empezaron mis relaciones con César, iniciadas –casi– con unas clases que le di sobre Derecho Civil: seguí siempre su libro de texto que me pareció “intragable”. Yo me tomé muy a pecho lo de haber sido su tutor en aquel tribunal de ingreso, y no me olvidé de ello nunca: nuestra amistad fue siempre sincera; el intentó estar siempre cerca de mí. Y yo hice lo mismo con él.

Pasaron aquellos años de estudios, César dedicado a sus estudios de Derecho y yo a los míos del Doctorado en Bioquímica: nos veíamos los fines de semana para ir a algún tablado flamenco no muy caro. Recuerdo más de un sábado, tras nuestras “correrías” flamencas, haber sido acompañado por mi inseparable César a “mi” laboratorio a detener sobre las 2 o 3 de la madrugada los cultivos de Clostridium Pasteurianum: solo a mí se me ocurrriría aquello de cultivar Clostridium Pasteurianum anaerobio, fijador de nitrógeno atmosférico…
Los dos continuamos con nuestros estudios en Madrid y con nuestras correrías nocturnas de fin de semana que solían empezar cerca de Callao en un bar de nombre Sherry, y acabar en aquel bar extraño de nombre “Las Palmeras”, y en el acogedor pequeño laboratorio del CSIC en el que mis cultivos de Clostridium nos esperaban…

Un día, ya en Francia donde yo dedicaba mi tiempo a preparar y realizar mis experimentos conducentes a la obtención de mi segundo doctorado, el prestigioso y renombrado Doctorat d’Etat, Docteurès Sciences en mi caso, dediqué cierto tiempo a conocer a la familia Colavidas, grandes restauradores que llevaron bien alta su categoría de grandes restaurantes. Así conocí varios restaurantes regidos por Colavidas, y de esta forma llegué a conocer a su madre: fui invitado a una gran comida en el restaurante que regentaba en la estación de Lérida. Aquellos Colavidas habían dado un gran prestigio con sus restaurantes a algunas estaciones del norte de España…

Llegué a conocer muy bien a “la Anto” (Antoñita, su mujer), a sus dos hijas, al esposo de Nuria, la mayor, muy parecida físicamente a su madre, y a Inmaculada (Lala), más parecida a su padre. Fui conociendo, pues, a fondo, a toda la familia de César, el insustituible. Llegué a participar en la adopción de sus nietos. ¡César fue mucho César para ser sustituido!

1. Total, César se nos va. La última vez que coincidí con él y con la Anto fue en el hospital de San Rafael: él fue a peor y yo a mejor, a pesar de tener algunos años más que él. Te recordaré siempre César en todo lo que has significado para mí y para mi familia. No eres sustituible por nadie, César. Eres el Colavidas de siempre. El de Castejón y el de Antequera.

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