No hubo el pasado día 7, para muchos españoles, ese impulso matutino de abandonar con precipitación la cama, antes de las ocho, para ver el encierro de los sanfermines. El santo estaba de onomástica, pero los locales y miles de visitantes que cada año abarrotaban las calles, rumiaban, con incredulidad y resignación, que su semana grande pasara tan inadvertida. Solo unos pocos, frente a la hornacina del santo, le cantaban con seriedad y sentimiento, traje reglamentario y periódico enrollado en mano. La calle Estafeta nunca se sintió tan sola, ni los pamploneses tan tristes.
Ese mismo día, en nuestra Andalucía, la Junta reiteró que podría tomar “medidas drásticas” si fuera necesario. No había que decir nada más, ni siquiera nombrar el motivo. “Tomar medidas” o “nueva normalidad” se han asimilado a nuestro vocabulario como dos parejas en perfecta armonía que no van a ser fácil de deshacer y menos olvidar. A lo que muchos nos preguntamos ¿Tan malo es lo que se avecina? Se habla de que el barco de la economía se hunde y nadie aclara si está en una posición que se pueda reflotar. Lo único que se sabe a ciencia cierta, que el señor presidente anda tras los dineros de Europa con desespero. Y todos los políticos insisten en que no se detenga el consumo, si dejar de añadir el consejo recomendado: ser precavidos. Es muy difícil concordar salidas y protección individual.
Y por mucho esfuerzo que se haga desde las administraciones para facilitar el ocio, el temor sigue muy presente en nosotros. Salimos con miedo, a pesar de las altas temperaturas que invitan a disfrutar de las terrazas, pero no se palpa la alegría de otras temporadas, aunque se invada la calzada y los vehículos tengan que buscar calles alternativas para llegar a su destino.
También es un hecho que se evidencia en nuestra ciudad, sobre todo en los atardeceres, que hemos dejado de ver a un número considerable de mayores con los que coincidíamos a menudo. La realidad viene marcada de colores grises, somos el tercer país de Europa, en porcentaje de mayor a menor, que hemos dejado de acudir a los centros comerciales, más de un treinta por ciento y Málaga languidece con un turismo que apenas cumple las mínimas expectativas soñadas. Nos movemos en una media sonrisa contenida que da mucho que pensar.