Sentir frío, un poco más. Acordarte de que algunas chaquetas ligeras ya son necesarias. Mirar la agenda. Me gusta llevar, anotar, consultar. Dos, o mejor dicho tres: móvil, papel y digital, cada vez más la digital. Comodidad, rapidez. Sonó el teléfono para anunciarme que se suspendía la presentación del libro infantil en la que iba a ejercer como presentadora. Barro en la escuela, pasillos anegados en el norte de Huelva, árboles arrancados de cuajo en las calles. Dejemos que pase la borrasca Claudia y seguiremos un día de estos hablando de literatura infantil de altos vuelos.
Pasa el atardecer, pero no pasa el viento. Por cierto, nunca me ha importado ser miope, total desde pequeña lo soy, así que esta miopía la considero de la familia. Llevar gafas ha sido siempre normal aunque de peque los niños y se metían conmigo y me decían cosas que no eran bonitas. Yo lidiaba con ellos a bofetones si hacía falta. Y al filo de esto, no tenía previsto visitar la consulta del oculista tan pronto, pero los ojos no esperan cuando se trata de una pequeña infección, viene llamándose conjuntivitis. Mi oculista en un congreso, ¿qué hacer? Pues buscar otro oftalmólogo para esta incidencia. En un vistazo, (ya que hablamos de ojos) me dijo este buen hombre, que la miopía me había aumentado en dos dioptrías en cada ojo, así, como lo oyen, ¡Glup! Pero, ¡si yo veo bien! le dije entre efluvios de pupila dilatada. Pues no, me contestó. A ver yo se si veo bien insistía mi voz y ademas la consulta era por la infección del ojo derecho, recalqué. Salí de la cita con dos dioptrías más y la conjuntivitis. Solución por mi parte, ni caso. Surrealista pero cierto. Kafkiano en todo su esplendor. Incertidumbre rara que me solucionaron en urgencias, no tenía infección y tampoco dos dioptrías más. Así que seguí mi camino. El sol volvía a brillar y la nitidez de la luz inundó mis pupilas.
