Creí haber experimentado y vivido todo bajo unas andas, pero este domingo 29 de mayo me percaté que no era así, que aún me queda mucho por sentir. Era el Corpus Christi, una procesión llevada por hermanacos desde el 2010, lo que ha transformado y es ya parte del estilo propio antequerano.
Tiene la Custodia un discípulo, un hombre de Iglesia, un apóstol, Manuel García de la Vega, que hace las veces de hermano mayor, cuidando las diferentes representaciones de la Iglesia de Antequera, para que sea Ella la que lleve sobre sus hombros la procesión de las procesiones. Es una procesión de la Fe, del sentir y veneración convertidos en Adoración al Santísimo.
Este año la procesión empezó al ritmo cofrade de la Banda de Las Flores de Málaga, sin los cánticos de las monjas que dirigían el paso de los hermanacos. Fue cuando una hermanaca, Yolanda, pidió rezar en voz alta, momento en el que otro hermanaco, Manolo, no dudó en decir: “¡Yo estoy rezando desde dentro, desde mi corazón, por lo que no me importa hacerlo en voz alta!”. Fue el inicio de una sensación mística donde cada uno rezó, dando las gracias y pidiendo por sus intenciones. Y ahí es cuando empezó la procesión de las procesiones. Los hermanacos rezaron públicamente en una manifestación de fe, que contagió a sacerdotes, personas en las aceras y fieles que acompañaban al Señor.
El murmullo de las aceras, enmudecía al pasar la Custodia, donde una oración conjunta mostraba el camino hacia el viril, el lugar donde el Cuerpo de Cristo es cobijado para bendecir sus calles.
Quizá la clave esté en no callar, en hablar, en rezar públicamente, en ser testimonio de fe, en decirlo sin ningún miedo. Hacen falta cristianos anónimos, que no tengan que llevar túnica o seña de identidad, para decir públicamente lo que sienten y piensan. Como decía el párroco de San Juan ante la procesión del Cristo de la Salud y de las Aguas: “Hay mucha gente, pero también falta mucha gente, gente que tienen que redescubrir su fe”. Ahí está la clave de cómo debería caminar la Iglesia del siglo XXI. Dejar atrás lo que nos diferencia y buscar lo que nos une: Jesucristo.