Collar de perlas de varias vueltas. Outfits en blanco y negro. Rayas o cuadros, espacios de tela bicolor en su indumentaria. Grises impecables. Sombreros sobre su cabellera blanca. Luz en el rostro y sonrisa eterna. Es ella, es Diane Keaton. Me llegaba la triste noticia de su muerte cuando celebrábamos una cena familiar. Su nombre para mí siempre será Annie Hall, creo que la descubrí en esa película. Diane Keaton versátil, magnífica. Una mujer irrepetible. Ya lo dijo Nicholson en el film que compartieron, “Cuando menos te lo esperas”, “mujer, eres única”. Pues eso.
Se dirán palabras magníficas sobre ella, habrá testimonios entrañables en muchas partes del mundo, empezando por Hollywood. Su familia y sus amigos rendirán tributo a esta increíble mujer. Reconozco que dentro de las sombras y luces de cada ser humano unos tiene la facultad de ser más luz, más fuerza, más determinación. Keaton era así. Ya se que ella actuaba, pero dentro de sus roles a mí me trasmitía una vitalidad infinita y un sentido del humor extraordinario. Títulos de películas que hemos visto mil veces, al menos yo, porque la adoraba. Manhattan, Annie Hall, “Misterioso asesinato en Manhattan”. Ella y Woody Allen en estado de iluminación. ¡Geniales!
“Porque lo digo yo”, es un título y una declaración de intenciones y desde luego “El club de las primeras esposas” o “Baby tu vales mucho”. Reconozco que Diane no me gustó demasiado en El padrino, la veía como si no encajara en aquel ambiente tan limitado para las mujeres. Fiel a si misma en “Rojos”. Talento comprometido, valiente. Legado imborrable en la historia del cine. Comedias, dramas, musicales. Empoderamiento y fuerza envueltos en la música de jazz inolvidable de George Gershwin o Marc Shaiman. Le iban las cosas sencillas, así que descansa en paz, Diane.
