Nos quedará un grato recuerdo no exento de tristeza de tantos momentos vividos. Se encenderá la luz de las ausencias y ese pequeño habitáculo del segundo piso enmudecerá un tiempo. Allí has sido realmente tú, rodeado de teléfonos, papeles, pensamientos y quietud. Porque eres una perfecta mezcla de fe y compromiso, de amor y trabajo, de números y silencios, que todo ellos juntos te han valido para dejar una profunda huella entre nosotros.
Hay que hacer y crecer sin hacer ruido. Éste es tu lema aunque no lo digas. Y lo cumples. De tal manera, que organizas una ONG compacta, asentada, con raíces profundas para que los vaivenes del futuro no la muevan y la cubres como a una niña mimada de voluntarios de todo tipo y condición, para que encuentren en ellos todo lo que precisa para moverse en la dirección correcta. Listo, resolutivo y convencido de que los alivios y las pequeñas ventanas por las que miramos a los más desfavorecidos se convierten en las vistas más comprometidas, en las vías de salvación más seguras y en el crecimiento personal más gratificante.
Antonio Aurelio, no nos quieras convencer que vas a venir muy a menudo para disipar tu marcha, tu pequeña figura llena un espacio demasiado importante para que no se note tu presencia. Así que ahora tenemos que aprender a vivir sin ti, con la esperanza siempre abierta de verte aparecer y sentir que aún sigues entre nosotros. Mientras, nos queda el recuerdo porque has dejado mucho y probablemente todo no entre en tu equipaje.
Ha sido un privilegio haberte tenido tantos años, sabiendo que te reclamaban continuamente en otros lugares, tu valía personal es difícil que pase desapercibida y todos hemos sido conscientes de ello. Te llevas lo mejor de cada uno de nosotros, el trabajo que nos ha hecho crecer en torno a tu ONG, pero sobre todo, a tu fe y nuestros mejores deseos a tu nuevo futuro.
