Ya se acerca la Navidad. Pero ¿qué Navidad?, ¿la de la lotería, polvorones, cenas de empresa, gastos millonarios en luces, costosos regalos…? Y la Navidad como nacimiento de Dios en medio de nosotros: ¿la vamos a celebrar? Esa noche buena ¿rezaremos en familia y bendeciremos la cena alrededor del belén preparado en casa?
Ya se acerca la Navidad. Pero ¿qué Navidad?, ¿la de la lotería, polvorones, cenas de empresa, gastos millonarios en luces, costosos regalos…? Y la Navidad como nacimiento de Dios en medio de nosotros: ¿la vamos a celebrar? Esa noche buena ¿rezaremos en familia y bendeciremos la cena alrededor del belén preparado en casa?Para el creyente se acerca la verdadera Navidad, la Navidad de Jesús. El tiempo de preparación finaliza. Nos hemos preparado para recibir a Jesús. Todo es preámbulo de fiesta, de alegría. Dios siempre nos regala la salvación, nos regala lo mejor para los seres humanos. No obstante hemos de aceptar que la Navidad está tan desfigurada que parece imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.No entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, acoger la vida que nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. Recuerda San León Magno que “no puede haber tristeza cuando nace la vida”. No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. Nuestra alegría cristiana es porque Dios se ha hecho hombre y habita entre nosotros.
Este precioso texto de Mateo se encuentra justo después de la genealogía de Jesús con la que empieza el evangelio de Mateo (1,17), en la que entre el discurrir de personas concretas se repite machaconamente el verbo “engendrar”: Dios es vida y en la vida se le encuentra, y la salvación discurre involucrando a personas concretas. Del texto evangélico sobresale en el conjunto la presencia de personas humanas (José, María, Jesús) y de personas divinas.
En el texto evangélico, sobresale la figura de José: primero, reacciona compasivamente ante la situación creada por Dios; después obedece estrictamente a lo anunciado por el ángel del Señor. José tiene que interpretar los sueños, porque la simple realidad no suele evidenciar de manera explícita los planes y la voluntad de Dios. Esto pide que seamos personas profundas que saben escudriñar la realidad, leerla en profundidad, descubrir en ella lo que Dios espera de nosotros y nos pide.
Recordemos que las mediaciones de Dios (profeta, ángel) siguen estando presentes en esta etapa que nos toca vivir. De modo que debemos saber discernir quienes son hoy esos mediadores y plantearnos que estamos llamados también a ser profetas y/o ángeles de Dios para el mundo.
En las puertas de la Navidad, volvamos nuestra mirada interior a la figura de José: Era un hombre justo en la humildad, en el silencio y en la obediencia. Él no buscó aparecer ni brillar. Al contrario: quiso huir en secreto. Pero obedeció al llamado de Dios. Y su pequeñez se convirtió en algo muy grande en manos del Altísimo.
Como él, como María, como Jesús: pongámonos cada día incondicionalmente en manos de Dios para asumir y realizar nuestro papel en la historia de la Salvación. ¡Feliz Navidad con Jesús, José y María en medio de nosotros!