No es infrecuente que me despierte en la noche palpándome la piel. El contacto de mis dedos me devuelve a la vida y amortigua los miedos acumulados que, a ciertas edades, se multiplican y ensombrecen la alegría y fuerza de vivir que todos llevamos dentro. ¡Qué bello es vivir! nos contaba el director Capra. No hay nada mejor que la vida por mucho que nos empeñemos en mal usarla. Y el maravilloso milagro de descubrirnos cada amanecer, nos arranca la alegría y ofrece una poderosa razón para vivir.
Incluso en estos momentos, que se adormece entre la tristeza y el dolor, atónitos ante una realidad que aún nos parece un mal sueño, la esperanza sigue cogiendo aliento en nuestro interior y alivia este necesario encierro. La ilusión de cada tarde a las 8 cuando los aplausos sobresalen sobre el silencio. En esos momentos comprendemos la necesidad de sociedad que nos alienta. Ser sociables es un don excepcional, una in mensa riqueza, un singular disfrute y el remedio más reparador para nuestro organismo. Ver gente, cada tarde, apenas varios minutos, se va convirtiendo en la medicina que atenúa esta intranquilidad por la que andamos transitando.
Y también desconcierta la información que trata de uniformar y emparejarnos como marionetas en un circo donde el director no admite, ni un solo compás, que no haya previsto. Tal vez, con menos pliegues, que dejara paso a una mayor transparencia, crearía menos dudas e incertidumbres, aunque se diera concisa y austera como marcan los tiempos.
El comportamiento de la ciudadanía es de lujo, sobre todo, donde hay niños pequeños que no entienden que sus mascotas vayan de paseo. Callamos y admitimos todo como una oración colectiva que nos une y reconforta. Llegará el momento de rendir cuentas. Ahora es el de obedecer a quienes tienen el conocimiento y las armas más eficaces para descubrir a este poderoso e invisible enemigo.