Hay etapas en la vida en las que nos parece que puede suceder algo relevante. Ya decían nuestros mayores que podría ocurrir cualquier hecho, por inexplicable y complicado que fuera. En estos momentos no se acierta a dilucidar quien hace más esfuerzo intelectual EE UU o Putin para disuadir de una provocación armada que Ucrania sufre en su territorio ante las miradas atónitas y pasivas del resto de Europa. Y todos hacen sus cábalas y, en ese orden de prioridades que afectaría en caso de una hipotética guerra, a los ciudadanos de la UE se citan los que pueden tener un perjuicio económico que altere la bolsa y la tranquilidad de los bancos; que no es ni más ni menos, que asegurar los ahorros e inversiones particulares.
Poco se habla de los jóvenes que pueden sufrir, los que admiten órdenes descabelladas por vivir en un determinado país y los que aguantan temperaturas inhumanas, esperando que alguien de una orden que no saben a ciencia cierta, si servirá para algo mejor.
Putin tiene un gran armamento y lo despliega con orgullo. No es una amenaza sutil, y sabe coaccionar en el momento justo. Ha puesto muy nervioso a los EEUU y Europa, que nos tiene demasiado cerca se santigua, pensando por donde van a salir los avenates del ruso. Y encima quiere probar nuevas armas de última generación para demostrar su poder bélico y asegurarse su posición en el mundo, hacen falta más que nervios para impedir que cumpla sus propósitos. Y hay quienes aplauden estas salidas de tono del Presidente ruso.
¿No hemos tenido ya bastantes guerras en Europa? Si a los españoles aún nos duele la nuestra sin haberla vivido, solo con oír los relatos de nuestros abuelos, que en un primer plano, tuvieron que sufrir los horrores que les condicionó durante toda su vida. Obviamente no soy nadie para ir enmendado las planas de los políticos, pero me horrorizan estas situaciones, también a la mayoría de la gente. Es posible que estemos bajando la voz y permitiendo que las democracias se resientan.