Corre por la red una entrevista a dos viejos aldeanos de Soria en torno a la economía. Se hizo hace seis años y ellos ya veían venir lo que acabó por llegar. No hay que estudiar economía para saber que las cosas van bien mientras entren cinco y gastes uno, decía el viejo más hablador haciendo la cuenta de la vieja.
Pero no hacía falta ser tan viejo ni tan profeta para alarmarse cuando registros, notarías y ferreterías (etc.) echaban humo al ritmo insostenible en que los bancos daban hipotecas y Bailén ladrillos: como se hincha un puñetero globo. ¿Quién necesitaba un profeta para vaticinar que más pronto que tarde iba a llegar el estallido?
Y en cuanto al dinero público ¿quién no se indignaba ante los aeropuertos peatonales, o al ver a un periodista como J. Ramón Lucas decir, sin pizca de pudor, «cada vez somos más» en la propaganda institucional de RTVE? ¿A qué loco se le pudo ocurrir semejante eslogan para el ente público, devorador de presupuestos? ¿Y quién no se rasgó las vestiduras cuando la Junta creó a dedo veintiocho mil funcionarios, o la ministra dijo aquello de «el dinero público no es de nadie»?
Al que se le caliente la cabeza ante el dolor de los demás, no debe cortarse un pelo en la denuncia de sus responsables. Y el más reciente y oculto de éstos es el que pervierte el lenguaje llamando «años de bonanza» a lo que fue un tsunami. No señor: bonanza es viento suave en el mar, navegación tranquila; y, por extensión, prosperidad asentada. Y aquello no fue prosperidad, sino pan (o, caviar) «pa» hoy, y hambre «pa» mañana; cosa que, si sabían los aldeanos de Soria, no podían ignorar banqueros y políticos. Pero se lo callaron.
Un montón de años perdidos, y una duda: ¿serán capaces –los que no dudaron en mantener el espejismo de país rico– de construir humildemente las bases sólidas de una prosperidad (bonanza) futura? Veremos a ver. Que profetice otro.