Me sedujo lo remoto de mirar desde lejos los acontecimientos. Realmente aquello no se podía llamar tan seriamente, pero… Ya sé que se me da bien crear historias, pero esto era realismo puro, sin ningún añadido o eso creía yo. Así que llena de luces de todo tipo, rodeada de cosméticos con nombres muy conocidos, pero de cifras que suman un total de escándalo, me adentré en aquel mundo de lujo y fantasía sin acobardarme ni un ápice. Los espejos reflejaban mi imagen desde todos los ángulos.
En realidad aquello era un decorado perfecto con apariencias de cine. Alguien, muy creativo, se había inventado aquellas mansiones y le había puesto precio y mucha iluminación. Por si acaso, mis credit card estaban a buen recaudo en el fondo del abismo de mi bolso, aún así como experta en desentrañar misterios estoy segura que con un poco de orientación sin brújula y sin GPS las encontraría llegado el caso.
Prueba de maquillaje de madre de la novia. Regalo de mis hijas. ¿Quién podría decir que no? Mi estado de ánimo era jovial, alegre, mis zapatillas deportivas me había llevado hasta allí casi en un vuelo. Mi curiosidad era la de siempre. Me gusta aprender, descubrir, indagar… Realmente estaba allí para ver qué se sentía en el sillón del director. Masajes facial, cremas que olían a rosas y aceites del paraíso, y charla amena de la chica que ejercía de diosa de la belleza. Vestía de negro y me dijo con amabilidad unas cuantas de veces entre brocha y brocha, que era brasileña y que si su acento en español no era el adecuado, se lo dijera. Sonreía entre serum y base de maquillaje.
Creedme, su acento era perfecto, tenía ese algo exótico e inteligente que la convertía en especial. Pasaron los minutos muy rápidos, y los sesenta minutos se pasaron en nada. Llegó la hora de despedirme de varias personas que atendían el establecimiento y de Soraya, la encantadora chica brasileña. Con fervor persecutorio me acompañaron hasta la puerta y con la cita para el día de la boda en el bolsillo.
