Los pensamientos son caballos desbocados que trotan a la desbandada haciendo un ruido ensordecedor. Los ruidos se convirtieron el pliegues de vestidos, en sisas mal cortadas o en carencia de ellas porque los escotes son palabra de honor. Dobladillos cortos, largos, con cola o sin medida. Las alfombras rojas es lo que tienen. No hay talento literario en este pasar, posar sonreír y sacar el máximo partido de la costura que se abre sobre piernas torneadas hasta donde el pudor permite o que se yo. Granada era el patrón de los Goyas este año, el escenario real y empoderado, el frescor de la sierra y sus nieve blanca, el rúgido pétro de los leones de la Alhambra.
La infiltrada entra con vestido de Alexander McQueen como un torbellino a tres bandas, no va de tapadillo, su fuerza atraviesa pliegues e hilos. Sobrehilados en un autobús, el 47, que también irrumpe con brío en escena levantando el puño. Las costuras de la clase obrera asoman de nuevo en pantalla. Pespuntes inteligentes de un conductor que viste smoquin negro con ojales que lloran injusticias. Bolsillos sobrehilados en la oscuridad de los pliegues de una falda en los que reposan los clínex por si hay que derramar algunas puntadas de emoción.
Las redes sociales no ayudan nada de nada. No es la difusión, son los guiones de terror y agrios lo que convierten a estas plataformas en lugares dañinos, en costuras de vestidos hechos con insultos, pespunteados con ganas de ofender, de arrancar tiras de piel de los estilizados tacones de aguja que zurcen hábiles los pasillos de la fama. Los huecos en la cultura se rellenan con talento actoral y, se descubren nuevos modelos a interpretar, en esas lineas trazadas con jaboncillo por las vainicas que brillan en la gala en las solapas de flecha. La noche se cierra. Los vestidos se desmontan de las perchas. Los pespuntes suspiran relajados.
