jueves 12 septiembre 2024
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Diario de un Goonies en la feria de Antequera

Eran otros tiempos, no muy lejanos. Frente a esta terrible velocidad a la que esta sociedad actual es adicta, nos debemos obligar a observar, escuchar, reír, llorar, amar… con atención, y encontrarnos. Podemos descubrirnos en un paseo, una mirada al horizonte, un olor, una foto. Frente a cientos y cientos de fotos que solemos hacer en un evento con nuestro teléfono, en el pasado cinco fotos podían resumir a la perfección todas unas vacaciones familiares. La foto que tengo ante mí, en estos instantes, de un niño de pelo rizado vestido de flamenco, tiene consigo los bonitos recuerdos de un “Goonies antequerano”, que esperaba la feria de su ciudad para vivir las más maravillosa de las aventuras. En los años 80, aquellas tardes de feria comenzaban en casa con una merienda a base de Mediasnoches de Pura Valle con Fanta de Naranja. Mediasnoches que eran degustadas también por mi padres mientras asistían a las corridas de toros.

La tarde se hacía eterna junto a “madrina”, hasta que sentías la puerta de casa abrirse con la vuelta de mis padres. Tras un torbellino de euforia, nos vestían y nos llevaban al Real de la Feria. Aquello era muy similar a la cabecera de la serie de dibujos animados “Dragones y mazmorras”, cuando los protagonistas veían diluirse la realidad para desplegarse ante sí un mundo de fantasía. En aquel reino de fantasía, podías subir a diversas atracciones. A mí me gustaba, los llamados Scalextric y aquellas en las que te podías elevar en un avión, soñando que conducías el Halcón Milenario, ver las alturas como si fueses Superman, o introducirte en un campo de asteroides mientras mi padre nos conducía el coche de choque. El Látigo o el Auto de Papá, donde te regalaban un silbato para acompañar la canción de la atracción el “Auto de Papá” de los payasos de la tele, era nuestra última parada, antes de introducirnos en las casetas de tiro. Dinosaurios, botellitas, petardos, llaveros… teníamos un amplio surtido.

Las experiencias vividas la compartías con los amigos, entre juegos, mientras los mayores alternaban en la Airosa, la Salle–Virlecha, Er botijo… casetas de feria donde, entre vasos de refrescos y algún pinchito, esperabas una nueva salida hacia ese mundo fantástico de sonidos, luces y risas. Aquel mundo de fantasía, que hubiese entusiasmado al mismísimo Willy Wonka, comenzaba con una gran cabalgata por el centro de la ciudad y terminaba el último día a las 12 de la noche. Era como si el Hada Madrina de Cenicienta desplegase su varita mágica sobre los cielos de la ciudad, en estallidos de luces de colores.

Ahora pienso que aquellos fuegos artificiales eran los sueños de miles de niños y niñas de Antequera, y sus mayores. Dibujando el cielo, grabando en la memoria y en el alma, las sensaciones y emociones de noches mágicas con sabor a algodón dulce. Si a aquel pequeño “Goonies antequerano” vestido de flamenco le hubiesen propuesto la posibilidad de vivir alguna aventura en un pueblito pesquero de Astoria, en la Estrella de la Muerte, en el Daily Planet o viajar en un amanecer sobre el dragón blanco Fújur… hubiese respondido: Papás… ¿vamos a la feria?

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