· Primera lectura:
Deuteronomio 26, 4-10.
Salmo responsorial:
Salmos, 90. “Está
conmigo, Señor, en la
tribulación”.
· Segunda Lectura:
Romanos 10, 8-13.
· Evangelio: Lucas 4, 1-13.
Un poco más tarde que de costumbre, este año acabamos de comenzar el miércoles pasado la Cuaresma. Es cierto que en nuestro vivir, tan lleno de actividades, un día tan importante como el Miércoles de Ceniza puede pasar desapercibido. Por eso, sin solución de continuidad, aparece este domingo, que viene a ser el gran «despertador» a este tiempo fuerte de nuestra fe, que quiere hacernos caer en la cuenta del momento en que vivimos nuestra fe.
Porque ese es el primer detalle del tiempo de Cuaresma. Este tiempo que nos pone en camino hacia la Pascua, tiene su propia historia. Aunque su presencia nos evoque el aroma del azahar o del incienso de una procesión, su origen está en el bautismo. Si, los cristianos recibían su bautismo en la noche santa de Pascua. Y la Cuaresma se fue fraguando, dentro de la Iglesia, como la gran preparación de ese día de nacimiento a nuestra vida de fe, a la verdadera vida.Primero fueron los tres últimos domingos, con los ritos iniciales para los catecúmenos.
Con el tiempo, por influjo del texto del evangelio de este primer domingo, el de las tentaciones de Jesús en el desierto, se fija la duración de este tiempo penitencial en esos cuarenta días que nos dicen los evangelistas que el Señor estuvo haciendo penitencia antes de empezar su ministerio público y que dan nombre a este tiempo de camino a la PascuaEl desierto siempre ha tenido mucha importancia en la simbología bíblica: es el lugar del pecado, es donde el pueblo de Israel va a transitar durante cuarenta años camino de la Tierra Prometida. Pero también es el lugar del silencio, el lugar donde nada ni nadie nos puede apartar de nuestro propósito.
Por ello el evangelio sitúa hoy allí a Jesús, en este apartado pasaje. Durante muchos días estuvo ayunando. Es donde arrancan los evangelios hoy, pues esa hambre es el «hueco» que el diablo aprovecha para tentar a Jesús, para ofrecerle un camino fácil que a la vez lo aleje de su misión. Y lo que es más importante, de su Padre Dios. Porque ese es el secreto de la tentación, ofrecernos algo agradable o que nos vendría bien en ese momento, sin pensar en las consecuencias, sin darnos cuenta de que un «si» implica, al mismo tiempo, muchos «no».Además, en nuestra sociedad, parece que el componente de penitencia que tiene este tiempo cuaresmal no se vive bien.
Nos sometemos a disciplinados regímenes o a «curas» depurativas para perder peso y sentirnos jóvenes y hermosos, y nos cuesta trabajo que la Iglesia nos diga que tengamos cuidado de tomar algún alimento en unos días concretos. Posiblemente porque no se ha actualizado el sentido de estos sacrificios, ni se ha explicado bien su sentido. No es dejar de comer carne para gastarse un dineral en otros alimentos. ¿Qué sacrificio es comer bacalao, el plato estrella de este tiempo, si nos encanta ese manjar? En el fondo, es mucho más, es renunciar a algo que nos gusta, para que con ese dinero podamos ayudar a que algunos de nuestros hermanos tengan ese día su pan cotidiano.
Ese Ayuno-abstinencia y esa limosna son dos de las «patas» del trípode de la Cuaresma. La tercera es la oración. Y no es casualidad. Si vamos a vivir los días más importantes de nuestra fe, debemos prepararlos en serio, debemos alimentar de verdad nuestra fe. Ojalá que aprovechemos el tiempo y que no caigamos en la tentación de creernos que no podemos hacer nada, que nada puede cambiar en nuestra vida. A lo mejor nosotros no, pero el amor de Dios está esperándonos para ensanchar nuestra alma, para regalarnos una Cuaresma y una Pascua llena de Él. Con esa confianza comenzamos a caminar en la escalada cuaresmal. ¡Feliz tiempo de Cuaresma y que Dios os bendiga!