· Primera lectura:
1º Reyes 17, 10-16.
· Salmo responsorial:
Salmos, 145. “Alaba alma
mía al Señor”.
· Segunda Lectura:
Hebreos 9, 24-28.
· Evangelio: Marcos 12,
38-44.
Hoy se vuelve a cumplir, en el fragmento del evangelio dominical, ese dicho popular que nos dice que «las apariencias engañan». Cualquiera que observase, aunque fuera a escondidas, el cepillo de los donativos, se hubiera dado cuenta de la desproporción de las ofrendas. Todos presumían de aquello que aportaban al tesoro del Templo. Y sin embargo es una pobre viuda quien hace la ofrenda realmente importante.Porque quien controla hoy ese cestillo es el propio Jesús. Lo hace porque quiere ofrecernos una nueva enseñanza.
Esta no es que seamos generosos con nuestros donativos, que también, sino que va dirigido a algo mucho más profundo, a las motivaciones que hay detrás de nuestras acciones, a lo que de verdad nos mueve a la hora de actuar.
Quien presuntamente era muy «generoso» en aquella colecta lo hacía para que lo demás lo vieran y lo alabaran: «qué bueno y qué generoso es, mira que buena ofrenda ha hecho». Eso es lo que esperaban escuchar. Y precisamente esa actitud es la que critica Jesús de las personas religiosas del Israel de su tiempo.
Aunque esa crítica va mucho más allá de aquel momento puntual, es un peligro que acompaña a la vivencia de la fe. Muchas veces tenemos la tentación de creernos mejores o superiores a los demás. Si hacemos lo que está mandado, parece que es suficiente, ¿verdad? Y sin embargo, una vida cristiana así, incluso una oración de este tipo es falsa, no pasa de ser una mera actitud hipócrita. Es algo tan serio, que llega a falsear la religión.
Quien vive así, para la «galería» o actualmente podríamos decir, para ser vistos en las redes sociales, para que nuestros admiradores nos pongan ese like, ese «me gusta» que realmente solo sirve para que aumente nuestro ego, nuestro orgullo. Es la única motivación que encontramos detrás de muchas de las acciones que vemos. Como os digo, de los poderosos del evangelio de hoy. Y detrás de muchas de nuestras acciones de «cumplimiento».
Aquellos hombres «justos» son puestos en evidencia por los últimos «céntimillos» de la pobre viuda. Quien vive con una pérdida tan grande como es la de su esposo, siempre tiene que convivir con una falta irremplazable. Pero en aquella época, la sociedad convertía a esas viudas en «las últimas de la fila».Pues aquella pobre pone todo lo que tiene en su ofrenda. No da de lo que le sobra, porque no le sobra nada.
Y desde luego no lo hace buscando el aplauso. Aunque precisamente por esa sinceridad es la que alcanza la alabanza de labios del Maestro.Y nosotros, ¿de qué lado estamos, donde están nuestras intenciones más profundas? La cuestión es plantearnos que nos mueve, y si nuestra generosidad de corazón podría llegar a todos, incluso a los más lejanos, a quienes lo necesitan de verdad. Además, este fin de semana, la Iglesia en España celebra el «Día de la Iglesia diocesana».
Pero esa celebración va mucho más allá de la necesaria colecta del domingo. La Iglesia diocesana es la familia donde todos los cristianos de nuestra provincia viven su fe. Y no solo en los templos, sino como vemos en este evangelio, aliviando el sufrimiento de muchos hermanos. La Iglesia es una.
Lo es cuando celebra su fe de puertas «a dentro». Y lo es cuando actúa con generosidad en cualquier parte, especialmente cuan do siguiendo la invitación del Papa Francisco, pone su «hospital de campaña» en medio de los hermanos. Aprovechemos este día para tomar conciencia de que formamos parte del pueblo de Dios, ese que camina en Málaga, dando gracias a Dios por ello.Feliz fin domingo para todos. Que Dios os bendiga.