· Primera lectura: Segunda Reyes 5, 14-17.
· Salmo responsorial: Salmos, 97. “El Señor revela a las naciones su salvación”.
· Segunda lectura: Segunda Timoteo, 2, 8-13.
· Evangelio: Lucas, 17, 11-19.
Estamos llegando al ecuador de Octubre, el mes que la Iglesia dedica a las Misiones. Y especialmente este año que así nos lo ha propuesto el papa Francisco. Es mucho lo que nos jugamos con ello, pues la Iglesia existe para que todas las personas conozcan la Buena Noticia de Jesucristo y así, participen de su Redención. Ojalá que ese deseo del Pontífice de que se produzca una nueva «Primavera Misionera» se haga realidad, porque aún son muchas las personas que nunca han escuchado hablar de Jesucristo.
Porque esa salvación no sabe de fronteras, ni hace distinción entre pueblos o naciones. De ahí que los milagros de los que hablan las lecturas de este domingo tengan a dos extranjeros como protagonistas. Dos hombres golpeados por uno de los peores males de entonces: eran enfermos de lepra. Uno un ministro sirio, el otro un pobre samaritano que deambulaba por las periferias, por los campos junto a otro enfermos.El primero alguien importante, un gobernante.
Eso le hace dudar de la eficacia de la palabra del profeta Eliseo cuando ni siquiera lo recibe y «sólo» lo manda al río Jordán a que se lave siete veces. Pero al final lo hace convencido por el consejo de sus criados. Y se cura. Busca agradecérselo a Eliseo, pero este le dice que él no necesita nada, por lo que el ministro sirio decide que su agradecimiento será al Dios del Cielo que le ha devuelto la salud.En el caso del evangelio, son un grupo de leprosos que vagaban como «almas en pena» fuera de los pueblos, porque por salud no podían entrar donde vivieran personas sanas. E incluso viviendo en esas condiciones ya habían escuchado hablar del Maestro de Galilea. Y por eso le piden a Jesús que se apiade de ellos y les devuelva la salud.Su respuesta puede sorprendernos, porque en lugar de sanarlos directamente, los manda al sacerdote.
Pero es que según estaba establecido por Moisés en la Ley, cuando algún enfermo de lepra sanaba, antes de ser admitido en la comunidad debía presentarse al sacerdote para que declarara el fin de la impureza, porque la lepra los convertía en impuros. Y de camino quedan limpios, aunque solo es un samaritano el único que vuelve para darle las gracias. Con que facilidad le pedimos ayuda al Señor, y cuanto nos cuesta agradecerle, al menos parte, de lo que Él hace por nosotros cada día, ¿verdad?Aunque ahora debemos volver a los leprosos. Quien declara la salud del samaritano no va a ser el sacerdote de turno en la Sinagoga, sino el propio Jesús. Y con una curación que va más allá de la salud física, que llega a lo más hondo del alma: «levántate, tu fe te ha salvado». Tu petición de salud te ha renovado por completo.
Tu necesidad te ha hecho encontrarte con tu Redentor.Pero, ¿cuántos «leprosos espirituales» deambulan hoy por los caminos del mundo, ignorando lo que Dios y los hermanos esperan o necesitan de ellos? Porque la enfermedad de nuestro tiempo no es el mal del cuerpo, casi ya superada, sino ver como el interior de muchos hermanos se va «yendo al garete» cuando más que vivir deambulan por la vida, sin esperanza alguna. Porque Dios no nos ha creado para eso. Con luces y sombras, pero con un ardiente deseo en el corazón: conocer a nuestro Hacedor, a la fuente de la verdadera felicidad. Nuestra alma no para hasta que está en Dios, nos decía san Agustín. Ojalá nos demos cuenta de ello. No es cuestión solo de sentimientos, sino de algo mucho más profundo: o Dios es el sentido de nuestra vida, o nuestra vida no tiene sentido.
¡Feliz fin de semana, hermanos y que Dios siga bendiciendo vuestra vida!