viernes 22 noviembre 2024
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Domingo 19 de enero: Segundo Domingo del Tiempo Odinario (Ciclo A)

· Primera lectura: Isaías 49, 3. 5-6.

· Salmo responsorial: Salmos, 39. “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

· Segunda lectura:  2ª Corintios 1, 1-3.

· Evangelio: Juan 1, 29-34.

Con este domingo volvemos a la “normalidad” que en la liturgia de la Iglesia marca el Tiempo Ordinario. En nuestra fe como en nuestra vida, la mayoría del tiempo no viene acompañado de ninguna celebración especial. Aunque si nos paramos un momento, igual no hay celebración más grande que la de poder abrir los ojos cada mañana al regalo de un nuevo día de vida.El evangelio de hoy es continuación del texto del bautismo del Señor que escuchábamos el domingo pasado. Lo que se hizo con los gestos y las palabras del Padre y la revelación del Espíritu Santo, hoy se confirma con el testimonio y la palabra del Bautista.

 

Lo confirma como el “esperado”, como aquel que venía a traer el bautismo definitivo, como aquel sobre quien vio bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Hemos contemplado como Dios se había encarnado. Y su “hacerse hombre” hasta el final va a empezar a tener consecuencias. En palabras del Bautista: ese es el Hijo de Dios que estábamos esperando. O como escuchamos que anunciaba el profeta Isaías: es que iba a ser hecho luz de las naciones, para que la salvación de Dios alcance hasta el confín de la tierra.

 

Y a eso va a consagrar toda su existencia, toda su vida pública, esa en la que lo vamos a acompañar desde hoy por los caminos de Galilea y de Judea, siendo testigos de su predicación, pero sobre todo de sus obras, de sus milagros, su mejor carta de presentación durante esos años de predicación, antes de su muerte en la cruz. Juan dio testimonio de aquel que vino a recibir el bautismo, ese Hijo de Dios. Pero, y nosotros ¿cómo vivimos nuestra vocación bautismal? Dios, que nos quiere con locura, nos llama desde nuestro bautismo a que realicemos en nuestra existencia todo lo que supone ser hijos de Dios: abrir nuestra vida a Su amor en nuestros hermanos.Por eso nace otra pregunta de esa necesidad: ¿somos capaces de dar testimonio de Jesucristo, ese Hijo de Dios que nos quiere con pasión?

 

Parte de la crisis religiosa que vivimos actualmente tiene su origen en la falta de “testigos” vivos del Evangelio en medio de nuestra sociedad, donde cada vez más gente cree que no necesita a Dios en su vida. Nuestros contemporáneos, las personas de hoy, ya no escuchan a los predicadores, “las palabras se las lleva el viento” como dice el refrán, son algo que ha pasado a la historia. Por eso, sólo desde el testimonio de vida podremos esperar que la buena noticia del Evangelio realmente lo sea para todos, y así pueda abrirse paso en el corazón de nuestros hermanos.

 

Una de las cosas que se echa de menos para que esto sea así, es la Comunión. No me refiero directamente a la comunión eucarística, sino  a ese deseo que manifiesta el propio Jesús, el que todos seamos uno, que todos los que creemos en Él seamos una familia, pertenezcamos a la única Iglesia.Ese grave pecado ante Dios y ante el mundo que tenemos los cristianos, es especialmente notorio en estos días en los que celebramos el Octavario de oración para la Unidad de los Cristianos.

 

Durante el mismo, todos los cristianos del mundo estamos llamados a unirnos en oración, como ya lo venimos haciendo a la hora de vivir la caridad en muchas de nuestras comunidades. Porque sólo si los demás ven en nosotros el amor que Dios pone en nuestra vida, podremos esperar que nos perdonen esta falta contra la Comunión, hacia la que todos debemos ir caminando, aunque sea con lentitud.¡Buen domingo y mejor semana para todos. Qué Dios os bendiga!

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