La oración de Jesús, dice Lucas, anima a sus discípulos a pedir que les enseñe a orar. Jesús les entrega el ‘Padre nuestro’ y a continuación, les narra la parábola del amigo inoportuno. Parábola que comienza en condicional: «Si uno de vosotros tiene un amigo que acude a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes pues un amigo mío ha venido…».
¡Qué maravilla: la palabra ‘amigo’ aparece tres veces y se piden tres panes! Por lo que alguien ha llamado a esta parábola: ‘El pan de la amistad’.
Es tan grande el valor que Jesús da a la amistad que los personajes no tienen nombre. Su identidad es la amistad. La amistad los une. Entonces, ¿no estaremos ante una realidad fundamental para ser cristianos? El cristiano ha de ser creador de amistad.
Hasta el punto, que la primera enseñanza de la parábola es que habla de Dios como de un amigo. Más aún: “amigo” es un nombre de Dios.
Con razón santa Teresa define la oración como una historia de amistad. Pues la oración es ir al encuentro del amigo. Rezar es crecer en la amistad.
Y la parábola comienza diciendo: «Si uno de vosotros tiene un amigo que acude a él y le dice … ». Fíjense cómo traza Jesús la urdimbre de la amistad y, por tanto, de la oración: con tres verbos o movimientos precisos: tener, ir y decir.
Tener, tener un amigo, tener confianza en él. Saber que el amigo va a entender nuestra situación, la verdad de nuestra vida. Vida que ponemos ante él desde la humildad, no con muchas palabras, pues lo que Jesús quiere es la verdad de nuestra existencia.
Y qué bien la vive el amigo de la parábola: se presenta con su pobreza a cuestas. No tiene ni siquiera unos panecillos. No vive encerrado ni en lo inoportuno de la hora, ni en el problema que le ha acontecido, sino que tiene confianza en el amigo y le muestra lo que tiene: su pobreza y amor de amigo.
El segundo verbo es ir. Ir desde el corazón, desde donde reside la verdad de la vida y por ello la amistad. Desde ahí es desde donde se descentra y pone en movimiento y acude, aunque sea de noche, en busca del amigo.
Y esa es la madre del cordero. Sí, porque muchas veces teorizamos sobre la oración, pero no oramos, no acudimos, no llamamos a la puerta del amigo, no vanos. Ir. Movimiento que nos invita a acudir en busca del amigo, a orar al amigo que siempre está.
Y el tercer verbo: decir. Verbalizar el encuentro de amistad. Y porque confío en su amistad, expongo, pido, insisto y llevo mi realidad y la de los demás, con su dolor y alegría, su ilusión y esperanza, al tiempo que atiendo a lo que me dice el amigo. Y entonces, oramos con la vida. Con el desasosiego del amigo que acaba de llegar. Y hacemos una oración narrativa, no porque el Señor no sepa la situación de cada uno, sino porque nuestro corazón, como el de María, recuerda, recuerda ante el Señor.
Y cuando esto hacemos, nuestra oración pasa a ser un diálogo de amor. Un encuentro de amistad que nos hace pasar de la dispersión a la unidad, ante el amigo que nos ama. Gracias, Jesús, por este regalo ‘del pan de la amistad.’