lunes 25 noviembre 2024
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Domingo 25 del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

· Primera lectura: Isaías 35, 4-7.
· Salmo responsorial: Alaba, alma mía, al Señor
· Segunda lectura: Santiago 2, 1-5
· Evangelio: Marcos 7, 31-37

La llegada del mes de septiembre siempre supone un nuevo comienzo de la mano del inicio del curso escolar. Esa “vuelta al cole” nos pone ante la realidad de lo cotidiano, siempre igual y siempre distinto, como ocurre con la vida cada día. Un nuevo comienzo que nos lleva a afrontar la realidad, incluso en medio de una situación tan complicada como la que nos sigue imponiendo la pandemia que tanto condiciona nuestras vidas.

Aunque creer que como decía Julio Iglesias, la vida sigue igual puede pasarnos al escuchar el evangelio de este domingo. Pues si no nos paramos, puede sonarnos a una curación más de las muchas que nos relatan las escrituras en la misión de Jesús. Y sin embargo el milagro de este relato nos habla de cómo abre los oídos y los labios a un sordomudo. Hecho que lo devuelve a su condición humana, pues es precisamente la capacidad de comunicarnos con los demás es lo que ni más ni menos, nos hace personas. 

Muchas veces no caemos en la cuenta, o no utilizamos esta capacidad adecuadamente. En lugar de comunicarnos nos dedicamos a cotillear, a dar atención a chismes, o a extender falsedades. Desde luego, no nos dedicamos a lo que deberíamos, a bien-decir, que realmente es para lo que hemos sido creados, el verdadero sentido de la comunicación humana, que no es otro que ponernos en dialogo, que comunicarnos con los demás. Eso es lo que nos permite, verdaderamente realizar la vocación humana de ser-con- y-para-los-demás.

Por eso los testigos del milagro se dan cuenta del alcance y de la implicación de aquel maestro, de la profundidad de su gesto. Pues según nos dice Marcos, Jesús toca a este hombre en su boca y en sus oídos para abrirlos con su “effetá”. Jesús se implica ante el mal, quiere que su actuación sea siempre sanadora y salvadora. Es la fuerza renovadora del Reino de Dios al que ha consagrado toda su vida.

Esa actuación es la que le lleva a exclamar a los testigos la alabanza que cierra el relato de hoy: todo lo ha hecho bien. Porque la presencia y la acción del Maestro de Nazaret no deja indiferente sino que siempre es una llamada a la esperanza. Pues Dios todo lo hace nuevo. No de la nada, sino como fruto necesario del amor, como respuesta a las verdaderas necesidades de nuestro existir, a lo que realmente pide nuestra vida.

Y de ahí va a nacer la fe en Él. Su vida, su enseñanza y sus milagros llevan a quienes se lo encuentran en su vida a creer en Él, a descubrir el rostro cercano y amoroso del propio Dios, quien no se desentiende de nosotros sino que está pendiente de lo que necesitan nuestras vidas. Motivo para poner nuestra confianza en él, para apostarlo todo a esa oferta de plenitud que necesita nuestro corazón.

Volviendo al inicio de estas palabras, el marco que nos ofrece el comienzo de curso, como ocurre con cualquier nueva etapa, nos da los elementos para vivirla cristianamente, para ponerlas en manos de aquel que todo lo hace bien. Ser capaz de vivir así nuestra existencia nos ayudará a llenarla de sentido. Y lo más importante, al entrar en comunicación con quien nos rodea, podremos ser testigos y mensajeros de esa buena noticia.

Ojalá que la nueva etapa que ahora iniciamos podamos vivirlas en las claves de plenitud que nos ofrece la fe. Pongamos en Dios nuestra confianza, para que siendo un cimiento firme podamos construir nuestra vida. Con esa esperanza, os invito a continuar nuestro camino.

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