Aunque las calles de nuestros pueblos y ciudades se van viendo poco a poco de Navidad, aunque los escaparates de muchos negocios nos hablan de las fiestas que vienen, en la Iglesia continuamos aún en este domingo dando los primeros pasos del camino del Adviento. El evangelio nos dice que el Señor llega de noche, casi por sorpresa para muchos. Pero porque no supieron leer “los signos de los tiempos”.
Aunque los creyentes sabemos que eso no es así, que la llegada del Mesías había sido anunciada desde siglos antes de su llegada, que el pueblo estaba esperando a su Salvador prometido. La voz de los profetas fue la voz de Dios anunciando que la esperanza de su pueblo tenía un fundamento, que su Enviado vendría a hacer justicia, a poner en marcha el gran sueño de Dios, su Reino.
En esa línea, el profeta Isaías aparece cada adviento como el profeta de la esperanza y la consolación con su anuncio de la llegada del Salvador. En medio de la desolación, viviendo desterrados en Babilonia, los israelitas escuchaban este anuncio que los quería abrir a la esperanza: Dios no se había olvidado de ellos y estaba dispuesto a actuar en favor de los “suyos”.
Pero su espera era una espera activa, una invitación a trabajar cada día para preparar los “caminos al Señor”. Es la fuente de la consolación y de la esperanza que entonces iluminó a Israel en medio de la oscuridad del destierro. Esperanza y consolación que ahora debería iluminarnos a nosotros y a nuestra sociedad en medio de nuestras dificultades, en medio de las oscuridades que la Pandemia de la COVID-19 han traído a nuestra vida.
En Babilonia era Israel. En el 2020 es el mundo entero el que sufriendo este azote, busca con esperanza la consolación del amor de Dios, esa que nos hace valorar tanto los pequeños detalles de nuestra vida. Vivíamos bendecidos por el amor de Dios y no nos habíamos dado cuenta…
Este domingo en el relato del evangelio resuena fuerte un grito: preparar los caminos del Señor. Y ese anuncio toma cuerpo en la figura de Juan el Bautista. Es el nexo de unión entre la antigua tradición profética de Israel, entre el Antiguo Testamento y la novedad de la Buena Noticia que encarna el Hijo de Dios.
Juan es el mensajero que Dios envía con una misión concreta, la de disponer todo para la venida del Hijo de Dios al mundo. Ya no será una visita puntual de Dios para sacar a su pueblo del exilio, sino la venida del mismo Hijo de Dios para compartir su existencia con la Humanidad, para sacar a esta de sus sombras y así pueda brillar de una vez, la luz de la esperanza.
Además, la figura del Bautista nos debe interpelar. Su presencia desafía a nuestras “zonas de confort”, no es una presencia cómoda, sino que cuestiona muchas de nuestras actitudes: vive en el desierto, viste de lo que tiene a mano, se alimenta frugalmente. Pero sobre todo, llama a la conversión, a cambiar de vida, a abrirse al amor de Dios que quiere renovarnos en profundidad.
No podemos esperar al Señor y pretender seguir viviendo cómodamente en nuestra vida como si no pasara nada. Por eso la voz fuerte del Bautista ha de resonar en nuestros oídos y en nuestros corazones. Preparar el camino del Señor es abrirse a la vida que viene, es ver en lo pequeño en lo sencillo, la grandeza del amor de Dios, ese que viene a renovarnos, a hacerlo todo nuevo.
Con esa necesidad esperanzada, continuamos la celebración del Adviento. Además de la mano de María, de nuestra madre, cuya Inmaculada Concepción vamos a recordar en estos días. Que de su mano sepamos acoger a su Hijo que viene a Salvarnos.
Feliz y santo fin de semana para todos. Que Dios, nuestro Salvador os bendiga.