El centro del cristianismo no es ni una idea ni un sentimiento, por muy bellos que sean. El corazón de nuestra fe es conocer y amar a la persona de Cristo, el Hijo amado de Dios que nos salva. Y en este domingo, las lecturas de la misa se acercan de una manera interesante a ello.
El Lago de Galilea es el lugar desde donde arranca la actividad evangelizadora del Señor. En torno a este gran espacio se desarrolla los primeros momentos, pues sus playas sirven de auditorios naturales donde escuchar las enseñanzas del Nazareno. Para ello les pide a los pescadores que se afanaban en limpiar las redes al final de una dura noche de pesca que separen un poco la barca de la orilla para que sirva de improvisado atril desde el cual comenzar a hablar del Reino.
Aunque esta vez, el evangelista Lucas no se para en los detalles del discurso sino en lo que va a ocurrir justo a continuación. Tras finalizar de hablar le dice a uno de aquellos pescadores, a Simón que reme mar adentro y que eche las redes. Aquel marino era un hombre acostumbrado a bregar en el mar, y sabía que de día no se puede pescar pues el pescado huye al ver la barca.
Aunque su respuesta no se fija en eso, sino en el esfuerzo realizado a lo largo de la noche que ha sido en vano, que no han podido pescar nada pese al esfuerzo. Y no se queda ahí sino que añade que lo va a hacer “en su palabra”, porque se fía de lo que le ha dicho.
Hoy que la palabra dada no tiene valor, que cualquier cosa que se hace, aunque sea compartir un décimo de la lotería del sorteo de Navidad, casi necesita de un contrato que lo garantice, en los tiempos del evangelio no era así. La palabra dada estaba avalada por toda la persona que la pronunciaba. Algo así ocurre con el hecho del evangelio. Más que su experiencia Pedro va a fiarse de lo que le pide aquel Maestro que lo había ilusionado con su predicación. Y eso da sus frutos rápidamente: sus redes se llenan tanto que tienen que pedir ayuda al resto de los pescadores que habían quedado en la orilla, y aún así, casi se hunden las dos barcas.
Pero la verdadera pesca de Jesús va a comenzar justo a continuación. Pedro está sobrecogido por la pesca milagrosa que acaban de realizar. Por eso Jesús lo tranquiliza y lo invita a confiar en él, para convertirlo en pescador de hombres. Y de verdad que lo hizo, si la pesca del Lago fue abundante, la historia de la Iglesia ha demostrado que la pesca de aquellos pescadores de Galilea convertidos en apóstoles y testigos del Hijo de Dios, han llenado la tierra, han sembrado esperanza en la vida de tantas generaciones de hermanos.
Si lo hubieran hecho en nombre propio su vida habría continuado tranquilamente a las orillas de aquel lago. Pero quien conoce a Jesucristo y lo reconoce como su Salvador, ya no puede dejar de actuar como una nueva criatura. San Pablo en la segunda lectura se lo resume a los cristianos de Corinto, a una de las muchas comunidades por él fundada: nosotros lo que creemos es en Cristo muerto y resucitado. Ni más ni menos.
No necesitó remontarse a nuestros ancestros ni proclamar todos los artículos del credo para enunciarnos como nos había salvado el Señor con su Misterio Pascual. Su muerte redentora, pero sobre todo su triunfante nueva vida es lo que llena de sentido todo lo que los cristianos hacemos desde entonces.
Ojalá que siempre seamos capaces de oír su invitación para “echar las redes en su nombre”. Feliz y santo día del Señor para todos.