viernes 22 noviembre 2024
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Domingo 7 de agosto: Domingo decimonoveno del Tiempo Ordinario

Estamos ya a mediados de verano. Y esto se nota no solo en el calor que nos acompaña a todas horas, sino también en el ritmo habitual de la vida. Entre el descanso y los preparativos de las próximas fiestas, todo nos recuerda que estamos en ese tiempo especial que siempre es el verano.

Pero a pesar de ello, Jesús no rebaja las exigencias del evangelio, sino más bien al contrario sigue con el tema de las riquezas, para que veamos  donde de verdad ponemos nuestro corazón, nuestros afectos, porque en el fondo, es lo que al final mueve nuestras vidas. Es una llamada a nuestra responsabilidad, de ver si esas riquezas nos ayudan a vivir o a sobrevivir, o que entorpecen nuestra vida y nuestra relación con Dios y los demás. 

Porque la respuesta a esa pregunta no la podemos dejar para mañana, es algo necesario para nuestra vida cotidiana. Es cierto que quien espera, desespera, pues cuando nos toca vivir con cosas que no nos enriquecen, terminan por llenarnos de desazón, o por aburrirnos en el mejor de los casos. 

Pero la vida de cada día va unida a la espera, a lo que está por venir. Y como cristianos esa espera es esperanza, porque creemos que lo que Dios va a poner en nuestra vida ha de ser bueno e ilusionante. Como lo es la espera de la persona amada, o del amigo, el tiempo de la dulce espera del hijo deseado, o el poder disfrutar del merecido descanso de las vacaciones.

Esa y otras muchas, son las situaciones en las cuales, estar atentos a lo que viene nos ofrece magnificas oportunidades para crecer, pues sacan de nosotros lo mejor que somos y tenemos. Son esos instantes en los cuales que descubrimos nuestros verdaderos “tesoros”, las cosas y las personas que nos sostienen y nos guían por el camino de la vida. 

Esperar aun cuando los ojos duermen pero el corazón sigue despierto, porque sabe que han de llegar, esas personas o situaciones que deseamos, amamos o necesitamos. 

Por eso la invitación es la de estar alerta. No porque vaya a pasar algo malo, sino porque esa espera y esa esperanza pide de nosotros que estemos atentos a lo que Dios nos va ofreciendo. Nuestro Dios es el primero que se manifiesta y se realiza como servicio amoroso y gratuito, lo que nos invita a unirnos a su tarea.

Se trata de creer en lo que se espera y esperar en lo que se cree, generando gestos de servicio y fidelidad. Si creo en el amor lo espero y si espero que nazca, que salga a la luz, esa nueva vida de Dios, que con sus luces y sombras, cambiará nuestras vidas.

Hay que abandonar los miedos, las inseguridades, los fastidios, las ansiedades, y andar más confiados por la vida. Eso lo podemos hacer en nuestra vida cotidiana si estamos dispuestos a estar atentos a la voz del Señor, si nuestro tiempo lo dedicamos a lo que nos hace bien de verdad, a lo que nos llena de vitalidad. 

La vigilancia cristiana no es encerrarse buscando seguridades, sino ir por la vida sabiendo que no caminamos solos, para afrontar la existencia sencilla, para afrontar la vida a las buenas y a las malas, a las duras y a las maduras, con una necesaria mezcla de humildad y coraje al mismo tiempo.

¿Cuáles son nuestros tesoros? ¿Somos personas que saben cultivar la espera sin desesperar, confiando y con fidelidad, sin andar claudicando dejándonos ganar por la ira o las superficialidades que nacen cuando dejamos de servir a la Vida y buscamos solo servirnos de ella? 

Preguntas que os invito a dejar resonar en vuestro corazón para estos días, para que desde la espera vigilante, Dios alumbre nuestro caminar de fe. Feliz y santo fin de semana. Qué Dios os bendiga.

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