El el Evangelio de hoy Jesús nos habla de vida. Propone cómo encontrar la vida. No sólo la vida física sino la eterna. En nuestro mundo de hoy la palabra “para siempre” no tiene acogida. La inestabilidad ambiental hace creer a la gente que nada es eterno.
Dicen que “nada es eterno”, que “no existen amores eternos”, que “no hay amistades eternas…” Esta deficiencia de eternidad en la visión de las personas viene determinado por no entender bien el concepto. Cuando Jesús dice “Les aseguro que quien tiene fe, tiene vida eterna”, nos está diciendo que la fe nos da un sentido a nuestra existencia, que la vida se puede realmente vivir en plenitud. Muchas personas se han ido acostumbrando a “trastear” con su vida pensando que la vida es para vivirla a medio gas, sin plenitud. Jesús nos recuerda que venimos al mundo ser felices, aquí, y más allá incluso de la propia muerte.
Para comprender esta realidad que Cristo nos plantea necesitamos la luz de la fe. Sin fe no podemos entender infinidad de oportunidades que la vida nos ofrece. ¿Acaso no hacemos actos de fe constantemente en nuestra vida diaria? Subirnos a un avión para hacer un viaje sin tener la absoluta seguridad de que el piloto tenga la suficiente preparación para llevarnos felizmente a nuestro destino, y, sin embargo confiamos… ¿No es un acto de fe el que hacemos cuando vamos a un restaurante y nos ponen la comida y no pedimos garantía de la calidad de los productos…? Y así gesto a gesto diario, hacemos innumerables actos de fe.
La fe a la que se refiere Jesús es a la fe sobrenatural. Si me fío de los seres humanos, ¿Por qué no me fío del Señor y de su Palabra? Vivir la fe significa hacer una síntesis real y viva entre lo divino y lo humano. En la mitología griega los dioses vivían lejos de los humanos, hacían su vida diaria a semejanza de las personas. Jesús nos ofrece el verdadero rostro de Dios (Dios con nosotros).
Responder desde la fe significa vivir esas realidades de estos dos mundos, el humano y el sobrenatural, bien definidos en una sola existencia. Es por ello que el auténtico cristiano tiene siempre a Dios en el corazón, la eternidad en la mente, y el mundo bajo los pies… Rechazar el ofrecimiento de Jesús es perderse la vida en este mundo y en el venidero, mientras que el aceptarla es hallar la verdadera vida en este mundo y la gloria eterna en el venidero. A cada ser humano le toca elegir.
Jesús afirma que es “el pan que da vida”. La Eucaristía es para nosotros el sacramento más importante, el central de nuestra vida de respuesta a Dios. Vivir la Eucaristía no es sólo lograr una comunidad de vida, sino una íntima unión con Cristo. El misterio de Dios no se puede conocer midiéndolo con sólo criterios terrenales. Hay que sumergirse en las profundidades de la fe. Si toda persona necesita alimentarse para tener vida, el pan que nos da Jesús es Él mismo. El pan es su misma carne; es el alimento espiritual que mantiene nuestra vida de fe en unión con Él. La Eucaristía es el signo seguro del amor que Dios nos tiene. Alimentarnos de la Eucaristía es dejarnos transformar por Dios en una auténtica vida humana y espiritual en plenitud.