Tras toda la sucesión de fiestas y sin solución de continuidad, con este domingo concluimos el tiempo de Navidad al celebrar su última celebración, la del bautismo del Señor. La misma nos permite recuperar la figura de Juan el Bautista, el precursor. Durante el Adviento lo hemos escuchado en varias ocasiones. Y hoy en el evangelio lo vamos a ver en el momento culminante de su misión, lo que le da su calificativo de Bautista al bautizar al Señor.
Entonces y también en el texto de hoy vemos que Juan Bautista era mucho más famoso que su pariente Jesús, pues era muy conocida su predicación junto al Jordán. Desde toda Judea se acercaban las gentes a escuchar su llamada a la conversión, a cambiar de vida para poder acercarse a Dios dejando atrás el pecado en el que se habían instalado con el baño en el agua.
Tanta era su fama, que incluso sus discípulos se preguntaban si él no sería el Mesías, el Salvador que Dios iba a enviar. Cuando se lo preguntan a Juan les dice que no, que él no es. Y, al mismo tiempo, les anuncia que está por venir, que ya ha acabado la espera de “aquel al que no merezco desatarle las sandalias”. Su aparición pública la recordamos en este día, al recordar su bautismo en el Jordán.
Este año leemos el evangelio de Lucas cada domingo. En el mismo la presencia y la acción del Espíritu Santo va a estar muy presente a lo largo de toda la vida y las acciones de Jesús. Y una de sus actuaciones más importantes ocurren en este día del bautismo del Señor, cuando se escucha la voz del cielo para presentar a Aquel que recibe el Bautismo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Esa frase es la clave de esta celebración, de esta fiesta. El bautismo de Jesús es el inicio de su vida pública. El no tenia pecado por lo que acercarse al Bautista a recibir ese baño de purificación no tenía mucho sentido. Y sin embargo fue el anuncio de lo que llamamos “vida pública”, esa misión que acomete lleno de Espíritu Santo y que iba a cambiar la historia del mundo para siempre. El Hijo amado de Dios vino a abrir para todos nosotros las puertas de la redención.
Porque nuestra verdadera suerte es que nosotros, los cristianos somos hijos en ese Hijo amado del Padre, que sembró de la esperanza del Reino por los caminos de Israel. Esa hermosa realidad ha ido floreciendo a lo largo de la historia de los discípulos del Maestro de Nazaret. Es una corriente de amor de la que surgió la Iglesia a la que unimos el día de nuestro bautismo, el día que como hemos escuchado en el evangelio, el Espíritu toma posesión de nuestra vida.
En este día todos somos invitados a recordar ese día, el más importante de nuestra vida de fe: el día de nuestro nacimiento a la vida plena en Dios. Por el bautismo entramos en la familia de Dios. Es el gran regalo de este sacramento. Y esto nos llena de motivos para dar gracias al mismo Dios por ello. Por nuestros padres y padrinos que nos presentaron a la iglesia. Por el ministro que en su nombre derramó el agua sobre nosotros. Y por todas las personas que han hecho germinar esa semilla de la fe en nuestra vida.
Como ocurre en tantas ocasiones, nos sobran los motivos para hacer de nuestra eucaristía dominical una profunda acción de gracias. De corazón, qué Dios os bendiga a vosotros y a toda vuestra familia. Buena celebración del Bautismo del Señor.