Tras la multiplicación de los panes, Jesús insta a sus discípulos para que se embarquen y le esperen en la otra orilla, mientras él se queda en tierra despidiendo a la gente. Después de despedirlas, se retira al monte a solas para orar. Qué de veces aparece Jesús orando. Cómo nos invita a que oremos a solas con él solo. Entre tanto, la barca se adentra en el mar. Y he aquí que se desencadena una tempestad, tan fuerte, que la barca era zarandeada por las olas.
Y cuando los discípulos estaban más angustiados, sobre la madrugada, ven una sombra que se acerca andando sobre el mar encrespado (es Jesús), mas ellos creen ver un fantasma. Pedro, a pesar de todo, intuye la verdad y grita: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las olas”. “Ven, le dice Jesús”. Y Pedro salta desde la barca y se pone a caminar. Pero he aquí que arrecia el oleaje y Pedro duda, y entonces comienza a hundirse. Y cuando ve que se hunde tiene la capacidad de gritar de nuevo:
-¡Señor, sálvame!
Jesús lo agarra, y le dice:
-¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?
Y los de la barca, sorprendidos, exclaman:
-Realmente eres Hijo de Dios.
Hasta aquí, la narración del Evangelio. Unos acontecimientos que no solo se escribieron para que fueran recordados, sino para que fueran vividos. Por eso, cada vez que leemos o escuchamos la Palabra de Dios nos invita a penetrar en ella, y pasar de espectadores a actores. Pues el evangelio no es un libro muerto, sino vivo.
¿Y qué nos está diciendo hoy? Primero. Que Jesús, aunque no lo veamos con claridad, por la oscuridad de la noche, la tempestad o la altura de las olas, siempre está viniendo a nosotros, siempre nos escucha, siempre podemos invocarle, como Pedro.
Segundo. Que cuando lo invocamos, él desea que vayamos a él, aunque tengamos que caminar sobre la tempestad y las olas.
Tercero. Que a veces, podemos pensar que es un fantasma, pero siempre nos queda el ancla salvadora de la oración, y podemos acudir y gritar: ¡Señor, sálvame! ¡Señor, sálvanos!
Y cuarto: Que él, como a los de la barca, nos dice:
-¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!¡Ánimo! Qué de veces repite Jesús esta palabra en los evangelios:
-Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.
–Ánimo, hija, tu fe te ha salvado.
–Ánimo, yo he vencido al mundo…
Cristo, Jesús, Tú, el vencedor de la muerte, nos invitas a tener ánimo. Has dejado abierta tu puerta para que acudamos a ti, a pesar del mal tiempo y de las dificultades. Tú nos dices: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!