Desde el corazón del verano 2020, en medio de lo que nos ha descolocado el Covid-19, podemos seguir afirmando sin ningún miedo a equivocarnos que hoy, la gente también busca a Jesús, aunque sea de maneras diferentes. La Iglesia parece atravesar una crisis y en la sociedad se da por contado una apatía ante los valores cristianos, pero en realidad las personas siguen buscando porque necesitan a Dios. La necesidad de trascendencia también existe en el hombre postmoderno.
Muchas personas buscan y no encuentran, se pierden en el laberinto de su existencia y no hallan el rumbo. Buscan a Jesús porque están carentes, enfermas, sedientas… Vivir sin la trascendencia nos hunde en la pobreza y en la carencia. Los dolores físicos y psicológicos no pueden compararse con el dolor del alma. Si nuestra vida no tiene un sentido trascendente, se nos rompe algo por dentro. Estamos hechos así, somos seres con alma y sólo Dios puede colmarnos.
Después de escuchar a Jesús durante horas, la multitud está hambrienta. Los discípulos aconsejan a Jesús que los despida, pero Jesús no puede desentenderse de ellos. Sabe que buscan respuestas y no puede defraudarlos. Entonces pide que le traigan los panes y los peces que un joven lleva consigo.
Los bendice, en un gesto que es una clara evocación de la eucaristía. ¡Qué importante es bendecir! El pan, más tarde, se convertirá en sacramento de su presencia. Y a continuación, pide a sus discípulos que los repartan a la multitud.
Cinco panes y dos peces parecen muy poco para alimentar a miles de personas. También nuestros esfuerzos, hoy, parecen insignificantes cuando nos proponemos contribuir a mejorar el mundo. Sin embargo, Jesús nos pide que aportemos lo que tengamos. Por muy poco que sea, Dios multiplicará su gracia. Si ofrecemos lo que tenemos, ¡Dios da el ciento por el uno! Su generosidad es inmensa, y nuestro pequeño esfuerzo le basta para multiplicar las posibilidades. Por cierto: durante esta pandemia, la Iglesia sí ha estado donde encontró a Dios que fue en el necesitado y enfermo y en el que estaba solo… también esto es multiplicación de los panes. ¡Bien que en este tiempo suenan dentro de la Iglesia esas palabras de Jesús: Dadles vosotros de comer! Y, más tarde, después de bendecir y partir el pan, se lo da a ellos y les encarga que lo repartan a la muchedumbre. Con este gesto, Jesús los está enviando como administradores de su palabra.
La Iglesia tiene la misión urgente y necesaria de dar de comer a las personas. Y no sólo el pan físico, sino el pan de la palabra de Dios. En muchos países donde todavía se dan terribles hambrunas, y en estos tiempos también en España la Iglesia está allí, paliando la pobreza y alimentando a los desnutridos. Pero el pan que está llamada a distribuir la Iglesia también es la palabra de esperanza que el mundo necesita: el mismo Cristo.
Todos comieron y quedaron satisfechos. Nadie quedó con hambre. Dios no es tacaño y puede saciar a todos. Sabe de nuestras necesidades y las satisface. No regatea, su generosidad es infinita. Tanto, que nos dará todo cuanto necesitamos, y aún más, nos sobrará. Dios es así: su magnificencia no conoce límites.
Finalmente, las sobras se recogen para ser repartidas. Nada se pierde. El amor de Dios no se puede tirar hay que guardarlo.