Jesús, conocedor del corazón del hombre, y de su reacción en muchas situaciones humanas, hoy aparece observando y enseñando. Concretamente, algo que normalmente ocurre en una fiesta: hay una cabecera hay invitados importantes, y personas con las que queremos conversar. Partiendo de esta situación (tan común y humana), Jesús nos desconcierta con su actitud de invitar a los pobres.
Recordemos que Jesús vivió un estilo de vida diferente. Quien quiere seguirlo con sinceridad se siente invitado a vivir de manera nueva y revolucionaria, en contradicción con el modo “normal” de comportarse que observamos a nuestro alrededor.
Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual. Se nos llama a compartir sin seguir la lógica de quienes buscan siempre cobrar las deudas, aun a costa de humillar a ese pobre que siempre está en deuda con todos.
Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que está en contradicción con el comportamiento normal dentro del sistema que siempre termina abandonando a los más indefensos.
Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vivir, aunque sea con gestos muy modestos y humildes. Esta es nuestra misión: introducir en la historia ese espíritu nuevo de Jesús; contradecir la lógica de la codicia y acumulación egoísta.
El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerable para la “lógica” de la mayoría. Pero sabe también que con sus pequeños gestos está apuntando a la salvación definitiva del ser humano.
Hay una “bienaventuranza de Jesús que los cristianos hemos ignorado: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tu si no pueden pagarte”. En realidad se nos hace difícil entender estas palabras, pues el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño e incomprensible.A la luz del evangelio de hoy que nos invita a compartir hemos de reconocer que la sociedad actual tiende a producir un tipo de hombre insolidario, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de generosidad. Por eso resulta duro a nuestros oídos escuchar la invitación desconcertante de Jesús: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des una comida, invita a los pobres…”.
Jesús hoy nos invita a reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama y ser amable con el que es amable con nosotros puede ser todavía el comportamiento normal de una persona egoísta, que siempre busca su propio interés.
Sería una equivocación creer que uno sabe amar con generosidad por el simple hecho de desenvolverse correctamente en círculo de sus amigos y familiares. También el egoísta “ama” mucho a quienes le aman mucho. Amar es no pasar de largo ante quien me necesita. Jesús buscaba una sociedad en la que cada cual pensara en los más débiles e indefensos. Una sociedad muy distinta de la actual en la que aprendiéramos a amar no a quien mejor nos paga, sino al que más nos necesita. Es bueno preguntarnos con sinceridad qué buscamos cuando nos acercamos a los demás. ¿Buscamos dar o buscamos recibir?