No hay fe ni evangelio si no asumimos la realidad en que vivimos y la iluminamos e intentamos trasformar desde Cristo y su Iglesia. Y nuestra realidad se nos pone cada vez más difícil con las dramáticas medidas a consecuencia de la guerra en Ucrania, de aumento de alimentos, energía, de la vivienda y del paro. ¿Qué hacer? ¿Qué puede aportarnos la fe a esta realidad que como en la parábola de hoy del rico Epulón y el pobre Lázaro, hace más pobres a los pobres? Y Jesús nos recuerda que la fe en Dios pasa por los pobres.
Es tiempo de silencio, de paz y de caminar a la luz de Cristo que nos ofrece su cruz para llevarla con alegría. Quizá muchos se han engañado creyendo que la felicidad esta en tener dinero y poder. Pero para un cristiano la felicidad está dentro de nuestro corazón que ama y es solidario con los pobres. Precisamente la parábola del evangelio de hoy nos habla de las aspiraciones de los pobres y de los ricos. La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un “rico” poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Muy cerca, junto a la puerta de su mansión, está tendido un “mendigo”. No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es un festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Solo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, “Lázaro”, que significa “Mi Dios es ayuda”.
La escena es insoportable. El “rico” lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?
El hombre rico que se sentía a gusto como estaba, no escucha a Dios ni escucha al pobre, su mente y su corazón están puestos en exclusiva en las riquezas y en la comodidad, y no le importa nada más, no es que sólo no le importe es que no necesita más.
Las dos figuras del rico Epulón y del pobre Lázaro nos interpelan hoy para elegir una vida cómoda, sin compromisos, buscando solo el dinero para ser ricos o elegir seguir a Jesús por el camino del pobre Lazar. Vivir en el seguimiento de Jesús es para nosotros una tensión permanente. La tensión entre buscar la propia voluntad y la voluntad de Dios, sobre todo cuando ambas no coinciden. Nos movemos en este dilema continuo. Esto se manifiesta en una serie de situaciones muy concretas, por ejemplo: vivir cómodamente o vivir en actitud de servicio, o sea, yo quiero vivir cómodamente y el Señor me pide vivir en actitud de servicio; vivir mi vida o vivir para los otros; vivir pegado a la vida temporal o vivir en la búsqueda del más allá; escuchar las voces que me complacen, que me adulan o escuchar la llamada permanente a la conversión que Dios me hace.
Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano. Recordemos que junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes. No son “personajes “de una parábola. Son hombres y mujeres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. También hay muchos presos en la cárcel que ignoramos. Que la figura del pobre Lázaro nos lleve a descubrir tantos Lázaros con los que nos encontramos diariamente.