Solemos escuchar que los temas religiosos están caducos y pasados de actualidad. Nada más lejos de la realidad. Aquí tenemos el ejemplo en el Evangelio de hoy. Trata el tema del divorcio, algo que pensamos que es nuevo, pero ya en tiempos de Jesús era normal en la sociedad. Hoy día cuando las personas conocen la postura de la Iglesia sobre el divorcio, la reacción más común es el escándalo, o que hay que modernizarse; “La Iglesia es muy injusta con los divorciados…”; “Seguro que Jesús hubiese tenido más misericordia…”. Todo esto lo solemos escuchar con mucha frecuencia.
Desconocen estos críticos que Jesús fue infinitamente más radical. Jesús llegó a decir que si alguien casado miraba a otra deseándola en su corazón, ya había cometido adulterio… Es el tema de siempre: no vivimos en la fe de Dios. Hacer que Dios se haga presente en nuestra vida significa adquirir un estilo de vida según el Evangelio. Cuando una pareja ilusionada va a casarse por la Iglesia, descubrimos que en la mayoría de los casos no viven una vida de fe. No seamos ingenuos, todos lo sabemos. En la mayoría de los casos el planteamiento menos importante es el de la fe. Se va a las charlas prematrimoniales a regañadientes, se quiere convertir la Iglesia en un bosque floreado, y cuando se reparten las invitaciones de boda, se les olvida invitar a Dios. No soy catastrofista. Soy realista.
Jesús trata el tema del divorcio provocado por sus interlocutores, un tema más que difícil por la carga de sufrimiento que proporciona tal institución. (En pocos temas como el divorcio necesitamos los sacerdotes poner más amor, más acogida y… sentido, mucho sentido común). Con la intención de prepararle una trampa le preguntaron si al esposo le está permitido separarse de su esposa. Jesús les responde con una pregunta: “¿Qué les ordenó Moisés?”. Jesús responde que debido a la terquedad de corazón les mandó Moisés tal orden. Pero el Maestro se remonta a los inicios diciendo que al principio no fue así…
En la Iglesia este ejercicio de actualizar el mensaje a los tiempos de hoy tenemos que seguir un método parecido. No podemos vivir en el pasado, pero tampoco podemos sin más ignorarlo. Siempre me ha gustado la gente con sentido común porque saben equilibrar ambos planos y, si son creyentes, sabrán actualizar el mensaje de una manera tan natural que no creará sufrimiento. ¡Cuánto necesitamos en la Iglesia y en los matrimonios el sentido común! Ni los detractores ni los progresistas mantendrán fresco el mensaje de Cristo, sólo el amor y el sentido común hacen posible este intercambio de tiempo y moral, de tiempo y justicia.
En el fondo, lo que nos está diciendo el texto es que siendo “cónyuges-unidos” a Jesús podremos establecer otras comunidades donde ser verdaderamente felices. El divorcio no es el remedio para el matrimonio que ya no funciona, eso todos los sabemos, incluso los partidarios del mismo. Pero tenemos que ser valientes y sinceros en denunciar que muchos matrimonios no se deberían de celebrar por la Iglesia. Ser valientes para decirle a la gente que sólo ve en el matrimonio por la Iglesia una gala más de vanidad, que esperen, que reflexionen y que se acerquen a Cristo, que nosotros les ayudaremos en ese caminar…
Muy probablemente la gente nos dirá que nos dejemos de rollos, que lo único que quieren es casarse…Los divorciados de nuestras sociedades son mayoritariamente católicos y esto nos tiene que hacer reflexionar profundamente. Cuando hablamos de un matrimonio uno e indisoluble en un mundo plural, no debemos de perder nunca de vista que el matrimonio no es una institución inventada por los hombres, sino querida por Dios. Si no tenemos esto claro los católicos, pensaremos y diremos lo mismo que los no creyentes. Preparar a los jóvenes para el matrimonio es el mejor remedio contra el divorcio.
Sé que esto es difícil pero no imposible. La elección del cónyuge puede ser desacertada si no se ha hecho con oración, con madurez y con discreción. Los novios van juntos a comprar el piso, a comprar los elementos de la nueva vivienda, a invitar a los amigos. Yo me pregunto cuántos novios van juntos hacia Dios… cuántos han orado juntos por su matrimonio… cuántos han discernido a la luz del Evangelio el amor que Dios ha puesto en sus corazones… y… ¿Cuántos han invitado a Dios a su boda? Posiblemente y creo estar en lo cierto, si la primera invitación de nuestras bodas fuera para Dios… nuestros matrimonios tendrían un final feliz.
Padre Antonio Jiménez López, carmelita