He querido empezar recordando este versículo del Evangelio del domingo pasado. En una semana tan complicada para nuestra querida Antequera, y su comarca en general, nos viene extraordinariamente bien el Evangelio que leeremos en nuestras misas en el día de hoy. Cuando recibimos contrariedades de la magnitud del domingo pasado caemos en la cuenta de la limitación tan enorme de la que estamos hechos. Somos tan pobres como limitados.
Para entender el Evangelio de hoy tenemos que saber que la pobreza humana es ilimitada. Los que viven en situaciones de pobreza, de opresión e injusticia son los que saben apreciar de verdad la liberación. En eso nos parecemos al ciego del que hoy nos habla el Evangelio. No es un ciego como los demás. Hay una diferencia clave: es consciente de su ceguera. Por eso es capaz de gritar al paso de Jesús y pedirle que tenga compasión de él. Quizá podríamos aventurar la idea de que este ciego no lo era de nacimiento, como algún otro que aparece en los Evangelios. Sabía lo que era ver las cosas, el mundo, las personas.
Cuando se quedó ciego, se dio cuenta de lo que perdió. Por eso su sufrimiento era mayor. O simplemente sus familiares le habían hablado de lo que era ver las cosas y los rostros de las personas, los atardeceres y amaneceres con todos sus colores. Por eso grita al paso de Jesús. Y cuanto más le dicen que se calle, más grita. Es su oportunidad. Con su grito, está llamando la atención sobre su limitación, sobre su pobreza. Pero el grito no es educado. Es molesto. Impide que los discípulos escuchen la voz de Jesús. Por eso le piden que se calle.
En nuestra sociedad a veces también resulta de poca educación poner al descubierto nuestras pobrezas, nuestras limitaciones. Pero los pobres, los oprimidos, los que sufren la injusticia y el dolor están siempre ahí. Por más que les echemos de nuestro barrio o miremos a otra parte cuando pasan cerca de nosotros. Pienso ahora en los jóvenes delincuentes. Viven en medio de la violencia. Hacen ruido, nos quitan la paz.
Pero tengo la impresión de que todas esas cosas que hacen que tanto nos molestan y que ponen auténtica violencia en nuestros barrios no son más que una forma de gritar su miseria, su necesidad de cariño. En el fondo no son más que niños necesitados de una familia que les apoye, que les defienda, que les haga sentirse seguros. Jesús devuelve la vista al ciego. Pero el milagro físico de devolverle la vista nos habla de otro milagro más profundo. Parece que el ciego empieza a ver no sólo con los ojos sino también con el corazón. Dice el Evangelio al final que “al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”. Quizá haya pocos ciegos en el sentido físico entre nosotros.
Pero es posible que haya muchas maneras de ser ciego, muchas clases de ceguera. Y que algunos de nosotros ni siquiera tengamos el privilegio, como aquel ciego, de darnos cuenta de que estamos ciegos. Ése es el milagro que hoy le tenemos que pedir a Jesús con todas las fuerzas. Que nos cure el corazón, que nos abra los ojos, para creer, para levantarnos y caminar mano a mano con nuestros hermanos y hermanas, construyendo fraternidad, construyendo reino, trabajando para que nadie se quede a la vera del camino, marginado, abandonado, para que los gritos de los que, cerca de nosotros, nos piden ayuda no nos resulten molestos sino que sean llamadas a vivir la fraternidad tal y como Jesús quería.
Volviendo a los acontecimientos que hemos tenido en nuestra Antequera esta semana, os digo que es necesario no ser ciegos, es preciso darnos cuenta que no podemos caminar solos, que hay muchas personas que caminan a nuestro lado y nos ayudan, que arriesgan su vida por nosotros. Uno de ellos ha sido “nuestro bombero José Gil”. En la oscuridad de la noche, cuando dormíamos la mayoría plácidamente, él estaba ayudando y llevando luz a los que no tenían. Si creemos en las escrituras, nos fortalece lo que ellas nos dicen: “Dichoso aquel, que el Señor al venir, lo encuentre sirviendo a los demás”. Desde aquí, desde nuestra reflexión semanal del evangelio dominical, quiero mandar un abrazo a toda su familia y decirles que: Jesús les dará la fuerza y la gracia que necesitan ellos, y todos nosotros.