En la sociedad judía donde Jesús vivió, hay un grupo de personas donde la pobreza se hacía especialmente notoria. Hablamos de las viudas, aquellas mujeres que además de perder a su marido, habían perdido los ingresos de su casa. Pues la protagonista del evangelio de este fin de semana, es precisamente una viuda, que es capaz de ofrecer de lo poco que tiene una ofrenda en el templo que va a poner en evidencia a los hombres religiosos de su tiempo.
Estos presumían de sus buenas obras y las publicaban en las redes sociales de su tiempo. No había Instagram ni Facebook, pero ofrecían sus ricas ofrendas a la vista de todos, para que todos admiraran su generosidad. Pero Jesús sabe que su corazón deja mucho que desear, porque una vez más, «las apariencias engañan».
Jesús es quien controla hoy el cepillo de los donativos, percatándose de la desproporción de las ofrendas que ponen en el tesoro del Templo de Jerusalén. Por eso solo él destaca que es una pobre viuda quien hace la ofrenda realmente importante.
Jesús quiere ofrecernos una nueva enseñanza. Esta no es que seamos generosos con nuestros donativos, que también, sino que va dirigido a algo mucho más profundo, a las motivaciones que hay detrás de nuestras acciones, a lo que de verdad nos mueve en nuestra actuación.
Porque podemos desvirtuar nuestras mejores acciones si lo hacemos por interés, o solo por el que dirán, renunciando a que nuestra actuación sea un reflejo concreto del amor de Dios en nuestra vida y en la de los hermanos. Y esa falta de amor es la actitud que critica Jesús de las personas religiosas del Israel de su tiempo, aquellos escribas y fariseos que llenaban el Templo.
Aunque como ocurre con tantas enseñanzas del Maestro, esa crítica va mucho más allá de aquel momento puntual, es un peligro que acompaña siempre a la vivencia de la fe.
Muchas veces tenemos la tentación de creernos mejores o superiores a los demás. Si hacemos lo que está mandado, parece que es suficiente, ¿verdad? Y sin embargo, una vida cristiana así, incluso una oración de este tipo es falsa, no pasa de ser una mera actitud hipócrita. Un mero cumplimiento, que incluso llega a falsear la religión.
Aquellos «justos» son puestos en evidencia por los últimos «céntimillos» de la pobre viuda. Quien vive con una pérdida tan grande como es la de su esposo, siempre tiene que convivir con una falta irremplazable. Pero para aquella sociedad, las viudas eran realmente, «las últimas de la fila».
Pues aquella pobre pone todo lo que tiene en su ofrenda. No da de lo que le sobra, porque no le sobra nada. Y desde luego no lo hace buscando el aplauso. Aunque precisamente por esa sinceridad es la que alcanza la alabanza de Jesús.
Y nosotros, ¿de qué lado estamos, donde están nuestras intenciones más profundas? La cuestión es plantearnos que nos mueve, y si nuestra generosidad de corazón podría llegar a todos, incluso a los más lejanos, a quienes lo necesitan de verdad.
Es mucho lo que nos jugamos con ellos, pues las obras no son más que los frutos que aparecen o no en nuestra vida, sobre todo cuando aspiramos a vivir la fe con coherencia, pues solo así podremos hacer que quienes nos vean se cuestionen qué y cómo están viviendo su vida, si hay alguien por quien merezca la pena complicarse su existencia. Aquella viuda del evangelio de hoy, no necesitó muchos estudios para saber lo que verdad es importante en su relación con Dios.
Ojalá aprendamos esa lección para llevarla a cabo. Feliz domingo para todos y que Dios os bendiga.