En el homenaje póstumo de la Ciudad a Ángel Guerrero, el impecable discurso de Cristóbal Toral fue un canto a la amistad, no exento de consideraciones teóricas sobre lo que en el periodismo hay de crónica. Mantener la continuidad con el pasado –dijo– es imprescindible para la memoria colectiva: Ese es el propósito de la sección “efemérides” de El Sol de Antequera.
Toral no dudó en señalar la construcción de Menga como el hito fundacional de esta comunidad, que no ha tenido que inventarse raíces en las nieblas del mito, sino en algo tan digno de ser recordado (“efeméride”, según la RAE), como esas gigantescas “piedras de la memoria” que no piden otra cosa que ver respetada la voluntad de los que las levantaron. Pero, ahí están, a merced de desmemoriados que intentan hacerse perdonar el disparate del mamotreto menga-lítico, con el “mal menor” de su versión quística y su poquito de tierra encima.
El alcalde Barón hará bien en alabar, como hizo, el talante y las buenas maneras de los que critican sin acritud; pero, con paños calientes, no va a impedir que se consume lo que, a la vista de cualquier especialista, sigue siendo una intrusión inadmisible en el suelo de Menga… por imperativo político de la Junta.
Si la guerra era algo tan serio que –según Churchill– no podía ser gestionado por militares ¿qué pensaría de esta situación en que las decisiones discutibles, venidas “de arriba”, parecen tan ineludibles como el destino?: Que tenemos lo que nos merecemos: Unos antepasados que no van a levantar cabeza (se comprende); y, unos prehistoriadores que, por más en desacuerdo que estén con lo de Menga, no parecen dispuestos a decir esta boca es mía (¿Dónde quedará esto registrado: en la Crónica de efemérides; o, a la Antología del disparate?).
