«Lorenzo´s Oil» es el título original de una película de George Miller (con Susan Sarandon y Nick Nolte), estrenada aquí como «El aceite de la vida», que narra la lucha de unos padres por mantener con vida a su hijo afectado por una grave enfermedad neurodegenerativa. Son ellos, y no la ciencia oficial, quienes descubren las bondades del ácido oléico (en la película no se hace mención al aceite de oliva) para restaurar el tejido nervioso dañado.
Viene a cuento porque, precisamente uno de estos días, del Hospital de Parapléjicos de Toledo, y de la Universidad de Salamanca, han llegado imágenes de ratones en plena forma, después de ser tratadas sus esclerosis con un derivado de nuestro aceite. Al parecer, siempre que haya algo de conductividad en el tejido, las funciones sensoriales y motoras mejoran. Esta es una línea de investigación muy prometedora, pues las enfermedades degenerativas son la mayor causa de muerte en las sociedades desarrolladas. Y se suma a lo que ya sabíamos: que el aceite de oliva es cardiosaludable.
Afortunadamente para el sector, en los países desarrollados donde impera la mantequilla o la soja, comienzan a valorarse científicamente las ventajas de la fritura en aceite de oliva según la tradición mediterránea, que no tiene por qué dar un resultado «aceitoso». Esto se añade al uso que ya le estaban dando a nuestro aceite en las ensaladas.
Los sesenta millones de olivos que tenemos necesitan sobrevivir. Pero tendrían que abrirse mercado con la verdad por delante: lo que no sabe ni huele a zumo de aceituna, apenas puede ser llamado aceite de oliva; por más que la gente se tome lo que le pongan por delante, tal es el grado de desinformación en este campo. Y ya no se trata sólo de «palatabilidad» (así llaman los técnicos al sabor de cata), sino de saber si cualquier refinado industrial de un aceite malo, contiene las propiedades saludables del producto virgen.
