Caminamos como ciegos por senderos sin nombre, a veces con ilusión y otras sin esperanza. Las sombras,las dudas, aquellas risas infantiles y sencillas, hoy, se desvanecen entre el mar y la laguna que en nuestro ser se produce.
Miraré de cerca aquella rivera sembrada de musgo perdido entre sombras y que calladamente duerme el silencio, canción de cuna que el agua del arroyuelo le canta al pasar si fuese una nana.
Veo allá al fondo entre un singular pedregal, la valentía de aquel lirio solitario, cuya belleza es una verdadera provocación para los sentidos. La naturaleza es tan sencilla, como el jugueteo de aquel gazapillo, entre tomillos y romeros, entre juagarzos y gayombas saltando, intentando jugar con aquella deslumbrante mariposa.
No hay nada más sublime que el estar tumbado sobre la hierba y ver pasar despacio las nubes en el cielo, ellas lo ven todo desde arriba, y yo tranquilamente las contemplo desde acá en el suelo de los silencios del campo, esos que me dan paz y hacen salir al fresco, los más humildes pensamientos.
Unos son recuerdos imborrables que cabalgando en mis alforjas para siempre, y otros, serán tan sólo eso, sueño de sueños.
Siento detenidamente el tic tac de mi corazón, cuyo compás, a cada latido, me hace ver la magnificencia de su entorno, de una naturaleza de tal belleza que me quedo ensimismado, con la mente en blanco, descansando en la entrañable visión de su ser natural.
Cierro los ojos y siento como el agua saluda con un corto sentimiento el golpe con el junco que sobresale de entre la maleza, y aquel otro tropiezo con aquel pedrusco que más abajo saluda y le salpica con su pícaro pasar lento.
Es el agua de la vida la que camina mansamente por la rivera. Despacio el río baja y saluda a aquella pequeña playa de hierba verde, punto de reunión de zapos y ranas y cangrejos que se asoman modestamente a tomar el sol, y expresar cada uno de ellos su particular concierto. Oigo cantar al ruiseñor en la maleza, ese canto tan especial que le deja a su pareja que incuba su nueva prole. Que sensación de paz, en mi interior, todo es naturaleza viva, lo que agradece el cuerpo que presta atención a todo lo bello.
Llegan despacio, lento, a mi memoria, de aquellas meriendas, de pan con una onza de chocolate y de carne de membrillo, e incluso de aquella rebanada de pan untada de tocino del puchero, quizá de dos días antes. Si tenías sed, nada más te acercabas a la orilla y bebidas aquel agua limpia, saludable y cristalina del Nacimiento, era todo un placer y no te cansadas de beberla.
Hoy cuando la vida en este mundo se me va acabando poco a poco, sólo me consuela aquellos hermosos recuerdos de los días de campo, y que hermoso era vivir sin más, sin tele, ni móvil, sólo un balón y dar rienda suelta al cuerpo hasta caer rendidos.
Dios creó el agua y dispuso su lugar en mares y océanos en ríos y fuentes y nacimientos para que sirviera al hombre y a la naturaleza.
Al hombre para lavar del pecado de nuestro Adán y Eva mediante el bautismo, al mismo tiempo que nos abre las puertas a la nueva vida. A la naturaleza, porque con ella se lavan nuestros cuerpos, nuestras impurezas. A la tierra porque calma su sed y reparte vida a los animales que viven en ella y a los que se surten de ella fuera de la misma, a las nubes que bajan a beber y luego nos la devuelve en forma de lluvia.
Ese agua sagrada, que como el aire el ser humano tanto necesita para vivir, hoy, y gracias al Señor, le doy gracias por este manjar.
Cuidemos nuestros ríos y mares y respetemos a nuestra madre naturaleza y cuando estés triste, date una vuelta por el Nacimiento, en el silencio de la naturaleza, encontrarás la paz que precisa tu alma, mira al cielo y agradece de todo corazón, no ya por poder beberla, si no porque nos damos cuenta que tan sólo nos resta decir, simplemente gracias, por este día nuevo regado por su esencia.
Respetemos la naturaleza y miremos por nuestra agua, nos va la vida en ello.