No es un título sensacionalista. Tampoco hablo de incendios que, contra todo pronóstico, no se están escuchando mucho en las noticias de que se estén dando en nuestra zona. Pero a pesar de todo, sí: el campo arde y se seca. Con un invierno y una primavera, un año más, totalmente vacío de precipitaciones notables, y con tres olas de calor en las tres últimas semanas donde ya no refresca ni siquiera en las noches de los antiguos cortijos de muros anchos, dando un paseo por nuestros campos de cultivo y charlando con algún que otro agricultor, te vas dando cuenta que nuestra tierra ya no aguanta más tanto contraste térmico y tal ausencia de precipitaciones. ¡Y eso que el verano no ha hecho más que empezar!
La situación es realmente insostenible: hay pozos que se están secando; otros, en el mejor de los casos, apenas se logran poner las bombas unos 10 minutos. Los olivos centenarios –inteligentes aunque no lo creamos– no sólo no tienen cosecha: aquéllos que la tienen, perdigonean en sus calibres e incluso se observa cómo este año han decidido no criar chupones. ¡Si es que no tienen de donde sacar! Mientras tanto, las noticias nos hablan de otro bloqueo del grano ucraniano. ¡No se entiende cómo cambiamos en su día cultivos de cereales por olivar en extensión! Bueno… sí se entiende: la rentabilidad económica era inexistente y, ahora, nos vemos abocados a depender de terceros en mayor medida aún.
Conclusión: que nadie se asuste de que los precios sigan subiendo. Escasez de cereales, de aceite y otros productos del sector primario escasean y eso hará que la oferta baje, y ante una demanda similar, pagaremos aún más. Al menos esperemos que eso también se refleje en el agricultor y ganadero, asfixiado por los costes, por la baja rentabilidad acuciada por la sequía y por unos precios en origen que poco tienen que ver con lo que compramos en el supermercado. Desde luego, una campaña más así no aguantan.
Mientras, seguimos esperando ese máximo aprovechamiento de los recursos hídricos que se están dejando que se pierdan en el mar, continuamos importando alimentos que no tienen los controles de calidad ni fitosanitarios de los que producimos en nuestro país (y no hablemos de las condiciones laborales de los trabajadores de esos países frente a los de nuestra región), y esperamos y deseamos que nuestra política agraria común sea adaptativa, real y que esté a pie de campo en este mundo real. Nunca mejor dicho, necesitamos poner los pies en la tierra, esa que arde, se seca y que, de no actuar, hará que la ciudad muera.