Todos sabemos lo que es: un centro de internamiento para inmigrantes. Pero , no todos, casi ninguno me atrevería a decir, sabía lo que estaba ocurriendo en el centro de Melilla. Hay terremotos incontrolables que hace rugir a la naturaleza y nunca avisan. Y existen otros que se ponen en erupción cuando la maldad y el racismo exacerbado se unen para machacar al diferente, al inferior. De poco sirven los consejos que el Papa nos regala para que la igualdad entre los hombres sea una realidad. Y más lejos aún está el interés por los abusos sexuales que se puedan haber cometido por un empleado, las víctimas tienen que aguantar siempre; como si ser inmigrante pobre no constituyera ya un grave problema.
Quizá sea porque llevamos mucho tiempo políticos, periodistas y ciudadanos, adiestrando, manipulando y oyendo lo mismo, y estamos perdiendo la sensibilidad e interés por los problemas de subsistencia de muchas personas. ¿Qué hay millones de refugiados? Mientras no molesten y sean silenciosos, se soportan. Lo malo vendrá cuando protesten y tengamos que hacerle sitio. No traen más que calamidades y no toleramos su grado de pobreza porque es un signo exterior muy evidente.
Tengo la inmensa suerte de vivir en una ciudad respetuosa con el extranjero, que se vuelca cuanto puede en aliviar pequeñas miserias cotidianas y que disfruta de un grupo social que acoge con amparo y simpatía a quienes deciden venir.
Queda mucho por hacer, pero conviene no perder de vista la política que este ayuntamiento tiene en asuntos sociales, un gran presupuesto y mayor dedicación. Sin embargo, callamos lo que no es crítica destructiva. Y nos falta valentía para gritar que se trabaja mucho y bien desde muchos colectivos para arrancar un sonrisa a los están faltos de ella. Por eso cuando un efebo, que tanto nos identifica, recae en gente tan desprendida y generosa con su ciudad y sus convecinos merecen nuestro más sincero aplauso.
