El color de tu camiseta no te hace ser más deportivo. No te proporciona un cuerpo más atlético, tampoco mejorará el estado de salud, las condiciones sociales, ni tan siquiera modificará el comportamiento ciudadano de nadie que así lo pretenda.
Estamos inmersos en un verano atípico, un verano donde la “operación bikini” se vio trastocada por las circunstancias vividas en la Primavera. Éstas, nos llevaron a olvidarnos, a dejar de lado, algo, que no considerábamos esencial, en ese momento, el cuidado de nuestra figura, de nuestro cuerpo, para que… cuando llegase el verano, con él, ya vendría ocasión y forma para enfundarnos el bañador. Y dejo, omito la palabra bikini, porque algunos, lo podrían ver como un tema tabú, ya no solo por las connotaciones de delgadez, sino por aquellas que hacen referencia al cuerpo femenino y no al masculino, como si éste, no estuviese regido por las mismas reglas de peso, salubridad y energía que una conveniente higiene alimentaria nos ha de proporcionar sin distinción de géneros.
La salud, no tiene especie, variedad ni raza humana a distinguir. Y como les decía, tras una época de confinamiento, donde mantener el peso se convirtió en el segundo reto, el primero permítanme lo fue, la propia salud. Superado el estado de alarma, (espero, no tengamos que volver a ello), la llamada nueva normalidad, nos trajo además una nueva normalidad alimentaria. He de confesarles que; desde marzo a las fechas que estamos, por unas y otras circunstancias, mi actividad física se ha visto muy mermada. El mayor sacrificio, al cual me he visto abocado a tener que afrontar, ha sido, reducir drásticamente el consumo de pan. No es que me haya visto afectado, ni preocupado, el no poder usar la misma talla de pantalones, o camiseta. Sencillamente, o tomaba ciertos límites alimentarios o lo ingerido sería visiblemente superior al gasto diario.
Muchas veces he oído una frase, bastante irresponsable, cargada de insensatez y una mezcla de cobardía y negligencia, que nos dice así: “Si para estar en mi peso ideal, he de “amargarme” y no poder comer, más que una dieta estricta… prefiero vivir alegre, contento, aunque tenga unos kilos de más”.
Perdón, la línea que divide alegría y desolación, no se define con alimentos. Nuestro menú diario, su cantidad, la elección, clasificación y deglución de los mismos, de todo ello: ¡sí va a depender nuestra salud! Y no me negarán que la salud sigue siendo como decía, el primer objetivo.
La salud y por ende, la felicidad, no está regida por la talla de tu vestimenta. Pero sí va a estar muy vinculada a nuestras decisiones. Nuestro peso no se verá muy afectado por la cantidad de alimentos a ingerir, más bien le afectará las decisiones a la hora de elegir cuál tomamos, dónde lo tomamos, con qué bebida lo acompañamos, cuánto tiempo pasa hasta que decidimos irnos a dormir y… cuántas horas dedicamos, al descanso y regeneración de endorfinas y defensas.
Todo lo demás son tabúes, mitos y palabrería buhonera. No se dejen engañar por fantasiosas y milagrosas dietas. Ni tan siquiera por milagrosos complementos, hábitos y formas prodigiosas de socializar almuerzos, celebraciones y divertimientos varios, asociados todos ellos a la ingesta compulsiva de alimentos.
Y a la posterior celebración del mismo acto, con la “obligada” copa de postre. A la postre, con toda seguridad la cantidad de calorías ingeridas superaran con creces al gasto, es, en ese momento, en que nuestro bienestar, el alcance de los agujeros del cinturón, estarán perdiendo su sitio. Que ustedes lo elijan bien.