El interés por la historia de nuestra ciudad ha estado muy presente en las hojas del centenario periódico “El Sol de Antequera”, un rasgo acorde con la que se conoce como institución local predilecta y decano de la prensa malagueña. Ciertamente, en nuestro pasado encontramos las señas de identidad de una Antequera milenaria, cuyo patrimonio ha sido reconocido de interés para la Humanidad por la UNESCO.
Más allá de los Dólmenes, sus restos arqueológicos romanos y nazaríes, su urbanismo, sus iglesias, sus palacios y su espléndido Archivo Histórico nos descubren un enclave singular, con un legado histórico de incalculable valor del cual nos sentimos herederos. Del mismo modo, quienes nos dedicamos al estudio de la Historia nos sentimos en deuda de gratitud con grandes y magníficos historiadores que han dedicado su investigación al mundo académico, pero también a la difusión del conocimiento de sucesos y acontecimientos de siglos pasados a través de sus artículos en la publicación local que sostienen ahora en sus manos.
Desde José María Fernández a Antonio Parejo Barranco, son muchos los profesionales que han sabido compartir y acercar la historia de Antequera a los antequeranos. Su intelectualidad y generosidad merecen el reconocimiento de quienes hemos aprendido de ellos. Es difícil establecer un punto y seguido a lo ya hecho. También resulta complicado elegir un capítulo de partida. En esta tesitura hemos optado por aunar un evento cultural reciente y una devoción mariana, a la que me siento personalmente muy vinculada, para dar contenido a la presente sección.
El pasado 11 de febrero de 2017, Antequera fue la sede del XVIII Congreso de Hermandades y Cofradías del Rosario de Andalucía. Muchas fueron las actividades programadas para el más del centenar y medio de personas inscritas, destacando la sección de conferencias a cargo de Paloma Gómez Borrero, Tomás Pérez Juncosa y de quien firma este artículo.
Si los dos primeros ponentes dedicaron su aplaudido discurso a ilustrar sobre la historia y raigambre del rezo del Rosario —desde las predicaciones de Santo Domingo de Guzmán en los siglos XII y XIII, hasta la institucionalización de la fiesta por el papa Pío V, tras la victoria de Lepanto el 7 de octubre de 1571—, en nuestro caso justificamos la elección del cuadro de La Epidemia de 1679 como imagen y cartel de este encuentro cofrade.
Existe un amplio acervo documental capaz de testimoniar la vinculación secular de Nuestra Señora del Rosario con Antequera, especialmente en los momentos más duros sufridos a consecuencia de desastres naturales o epidémicos. De todos ellos sin duda, el cuadro de La Epidemia de 1679 es el que mejor ha inmortalizado de una forma gráfica este vínculo con la ciudad, la cual sirve de escenario para representar el milagro de la salud concedido a los antequeranos en esa terrible enfermedad.
Debemos remontarnos al siglo XVII, especialmente al penoso año de 1679 cuando la peste bubónica casi hace desaparecer a Antequera en términos demográficos. La enfermedad contagiosa y la destrucción acarreada por la utilización del fuego, para purificar todo aquello tocado por el mal, dejaron un panorama desolador; a penas población y pocos recursos materiales para volver a ser lo que se fue.
Cuando todo se daba por perdido y la peste se hizo dueña de Antequera, cuando los medios humanos y las rogativas a distintas imágenes no dieron resultado, cuando la negrura cubría la conciencia y los corazones de los antequeranos, una chispa de esperanza prendió en torno a la Virgen del Rosario. Los vendajes impregnados por el aceite de sus lámparas parecían sanar las bubas de los infectados, de ahí que el pueblo entero y sus autoridades civiles pidieran a los Dominicos la salida de tan milagrosa imagen por las calles de la ciudad.
La noche del 17 de junio la Virgen, tras cesar una gran tormenta, visitó el hospital de apestados localizado en la Plazuela de San Bartolomé. Desde entonces, gracias a la providencial lluvia, el número de defunciones pareció disminuir considerablemente hasta el punto que el Ilustrísimo Ayuntamiento de Antequera, en sesión del 23 de junio de 1679, acordó voto perpetuo para financiar su fiesta y procesión anual en el mes de octubre, como patrona y protectora de la peste.
Para perenne memoria de este prodigio quedó el impresionante lienzo colocado junto a su camarín en la Iglesia de Santo Domingo, donde se representa los estragos de la enfermedad, la procesión de la Virgen y el milagro de la salud, pudiendo leer y constatar en la leyenda al pie de dicho cuadro su proclamación como patrona y benefactora.
En la parte inferior de la composición pictórica podemos ver distintas curas médicas practicadas a enfermos: sangrías, escisión y cauterización de bubones. Justo en el centro identificamos el hospital de San Juan de Dios, varios carros transportando los cadáveres a las fosas localizabas extramuros, junto a los quemaderos, donde se destruían todos los objetos “contaminados” por la plaga vírica.
En la franja superior de la pintura, acorde con el sentido de una pintura programática, irrumpe la Virgen rodeada de una corte de ángeles, condensando dicha escena la mentalidad y profunda religiosidad de la época. La peste, simulada en flechas caídas del cielo, de cuyas emanaba el fulgor pestilencial, es interceptada por María del Rosario, conmovida ante la fe demostrada por los antequeranos a lo largo de jornadas de contrición populares, en las que las procesiones ocupan un lugar preferencial.
La condensación de datos sobre el paisaje urbanístico, las rudimentarias prácticas médicas y la religiosidad propia de la Edad Moderna hacen de este impresionante lienzo exvoto una pieza única en España, inigualable por la cantidad y calidad de informaciones facilitadas sobre los efectos de tan letal contagio.