No eran los óscars, ni la más remota similitud con el rey inglés, ni había un largo proceso de aprendizaje para vencer la tartamudez. Pero los dos iban de premios, y en ambos, se da una brillantez que ni los unos ni los otros recuerdan. Todos los asistentes al Cine Torcal, distinciones, efebos, ciudadanos comunes, reconocen que el Alcalde dirigió a la concurrencia unas palabras que además de a despedida, sonaban a humanidad y a humildad. Estaban lejos de ese lenguaje institucional a que nos tenía acostumbrados, y exentas del olor partidista que llevan en la mayoría de las ocasiones. Difícil entender en estos tiempos que corren con tanto trepa que se encaraman a un débil árbol que continuamente han de apalancar para no acabar partiéndose. Nadie quiere dejar el poder por su cuenta, se ha de renunciar porque jerarquías mayores lo imponen. Se alaba y defenestra a la menor suposición de alteración en los réditos electorales. De igual modo que los ciudadanos de a pié somos meros monigotes para los políticos, éstos lo son a su vez para las instancias más altas. Pero incluso en momentos de tristeza, de adiós, surgen sentimientos de empatía a toda la ciudad, a sus votantes y a sus adversarios, a sus amigos y a quienes no han estado tan cerca, porque todos han posibilitado ser nuestro alcalde durante ocho años.
Cierto que los últimos no han debido de ser fáciles. Las circunstancias económicas le han obligado a abrir el baile con la más fea, y eso es el motivo de alejamiento de la primera plana. Seguramente que éste será el último acto de su difícil mandato y ha querido darle una pincelada de sentimientos, ha permitido que bajo su traje de alcalde, surja la persona normal y sencilla que presumimos que es. La máscara, el testigo del poder, lo está traspasando con tranquilidad, sin prisas, ni agobios, a pesar de que quien lo tiene que recoger muestre demasiada prisa.