El pasado viernes, Bartolomé Ruiz, su director, pronunció en La Academia un discurso con este título: “La Antequera milenaria en el Centro del Patrimonio Mundial de la Unesco”, al tiempo que mostraba la documentación que iba camino de París. A su vez, el catedrático Martín Socas, de la Universidad de La Laguna, repasó la cronología de los últimos años de intervenciones en los dólmenes.
Ambos, como no podía ser menos, se deshicieron en elogios del valor universal excepcional de nuestro patrimonio prehistórico, que no espera sino el solemne refrendo de la Unesco para poner a Antequera definitivamente en el mapa. Pero, ni palabra del proyecto de remodelación del edificio inacabado a los pies de Menga: ¡Ni mu de su piedra en el zapato!
Ahora bien: resulta –dijeron– que nuestros antepasados erigieron sus túmulos con un sentido religioso de integración en el paisaje. Pues sólo aquí tenemos una montaña sagrada: La Peña (en el marco de una hermosísima Vega) y, un santuario que se mira en ella, Menga. Y ese hecho simbólico excepcional se da de patadas con la existencia reciente (treinta años son medio segundo para Menga), de aquel impertinente edificio que se coló entre ambos hitos sagrados.
Y, he aquí el embrollo esquizofrénico: poder afirmar con la boca grande que el único referente de Menga es la Peña; y, tener que admitir, con la boca pequeña, que esa especie de “algarrobico” pretencioso en suelo venerable… nunca debieron ponerlo ahí.
Solución chapucera: tunear el mamotreto para salir del paso y, a ver si cuela.
Esto, querido Alcalde, queridos Bartolomé y técnicos de toda la Junta junta, es un disparate histórico. Y lo sabéis. (Continuará).