Pasada ya la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Difuntos, la liturgia por estas fechas nos hace unas preguntas serias sobre el final de los tiempos y sobre el sentido de la vida y de la muerte. Y la verdad es que más de una vez es oportuno plantearse este tipo de preguntas. No es el pensar sobre la muerte un tema fácil, es más bien molesto y lo intentamos aparcar siempre que podemos.
Todos hemos vivido acontecimientos que nos han puesto ante esta realidad y sabemos lo duro y difícil que es la vivencia de la misma. La filosofía cuando reflexiona sobre este hecho, reconoce la existencia de muchos interrogantes, de muchas preguntas que pueden quedarse sin respuestas la mayoría de las veces.Desde nuestra fe ¿qué podemos decir? Lo primero es recordar las palabras de la Escritura: no podéis afligiros como los hombres sin esperanza… nuestras preguntas ante la idea de la muerte tiene que llevarnos a una reflexión distinta.
Hay que partir de un hecho que no podemos olvidar, que nuestra vida tiene fecha de caducidad, Quien sabe colocarse ante la muerte sin cerrar los ojos, descubre la otra cara de la moneda: la vida. Es decir, cuanto más reconozco mi caducidad, tengo que amar más la vida que me queda por vivir, vivir cada día como si fuera el último de nuestra vida debe llevarme a la convicción de que cada día es una nueva oportunidad de hacer el bien, y de hacer un poco más feliz a los que me rodean.
Esta reflexión, que está muy bien, y que solemos aceptar sin muchas complicaciones va siempre acompañada de que ante la muerte y el dolor siempre nos quedará el ¿por qué?, sobre todo en determinadas circunstancias, pedimos explicaciones que no solemos encontrar, el misterio vuelve a desbordarnos, y muchas personas ante esta pregunta, sienten la lejanía de Dios, y les cuesta mucho reconocer su presencia cuando esa realidad se hace más dura.
Seguro que conocemos ejemplos concretos. Posiblemente no encontremos una respuesta que nos convenza, y los interrogantes quedarán ahí presentes sin una solución definitiva. En el fondo, cuando no encontramos esa respuesta acertada, es porque nuestra fe es frágil para reconocer a Dios en las situaciones límites. Cuando los cristianos confesamos nuestra fe en la resurrección, ¿sabemos lo que decimos, y a lo que nos compromete?
Jesús en el evangelio de hoy rompe los esquemas de aquellos que intentaron pillarle. Hoy también quiere romper los nuestros y nos pide que vivamos nuestra vida con tal intensidad que no nos aflijamos ante la muerte como los hombres sin esperanza. Nos pide que miremos su cruz y que no olvidemos la resurrección que él nos quiso regalar.“…Señor aumenta nuestra fe…” también en esos momentos en los que nos cuesta más descubrirte, en los que nos cuesta tanto reconocerte, en los que nos cuesta más sentirte a nuestro lado, en los momentos de dolor, soledad y muerte. ¡Cuánto dolor nos evitaríamos si tuviéramos un poquito de fe!