Cualquier héroe y el que quiera serlo, se prepara concienzudamente, esto no brota de un día para otro. El campeón, sale a ganar su batalla en medio de la admiración de sus seguidores. Así que, allí estaban, dos hombres frente afrente, en esta ocasión uno de ellos era Rafael Nadal. Vestía en medio de la contienda y para asombro del ejército de seguidores, una armadura de hielo, pues tales eran las temperaturas reinantes en el US Open,que el héroe necesitaba equilibra su cuerpo y su mente, enfriando ambos para poder jugar bien sus golpes.
Todos los cronistas presentes se hicieron eco de tamaña vestidura, pero la ciudad de New York ardía en medio de altas temperaturas y nubes copiosas que no dejaban pasar el viento. Surgieron reveses al filo de la línea, voleas que entraban en el laberinto de la pista, reveses mortales, smach potentes que dejaban su marca en el ojo de halcón, dejadas temerarias transgresoras de leyes físicas, globos ligeros pero desafiantes, mano izquierda elegida por los dioses de olimpo. Pero la historia se escribe cada día, cada momento. El héroe Nadal, sufre en una de los combates y su rodilla derecha se resiente de mil batallas. Vendajes, dolor.
Todos guardamos la respiración esperando un milagro, pero el héroe de la tierra batida, el luchador hasta el infinito en hierba y otras superficies, el hombre que viste de hielo, es humano. Tendón rotuliano que se le resquebraja para no permitirle ganar esa batalla. El héroe Nadal, el que el mundo considera el número uno, hace un gesto de dolor agudo y se retira del juego. Ha hecho lo posible por estar ahí, pero sabe que habrá otras batallas y tiene que curar sus heridas para volver encordado como su raquetas, para librar un combate correcto en el que el adversario sepa que está luchando con ese número uno. Árida tarde, aciago momento. Pero ¡ay! el héroe Nadal volverá.
