Harta ya de estar harta de tantas verdades y maldades de este país al que tanto quiero y me siento orgullosa, a pesar de los pesares, de las infiltraciones oportunísimas para derribar al adversario, mala fe y odios verbales continuados, despropósitos y ganas de destruir con rapidez lo que se ha tardado tanto en levantar. Atrás queda la crisis, pero nos falta valentía para arrimar el hombro y construir juntos. El desamor invade la esfera política y las acusaciones a la orden del día. El malestar es un virus que padecemos y no encontramos a nadie que tenga suficiente juicio para ir retomando una situación de normalidad y unión. Machacarnos los unos a los otros que es lo que se nos da mejor. ¿Porqué no probamos a entretener a los políticos para que tengan menos tiempo de decir burradas? Por ejemplo al entrar en el Hemiciclo ser obsequiado con una botellita de agua, la abre, cierra, chupetea y pierde algunos minutos con el entretenimiento, multiplicado por trescientos cincuenta, varias horas menos de disparates.
Y es que esos treinta centímetros cúbicos de líquido incoloro, inoloro e insípido, es el complemento perfecto de cada acto. Que sale un mayor a pasear, le acompaña, una señora a caminar, se siente desnuda sin su compañía, un conferenciante, viste la mesa y le puede servir para coquetear con sus nervios. Una novia, cierra el cortejo de unas bellas damitas con botellitas incluidas, sustituyendo a las bandejas que entonces llevábamos con las arras matrimoniales. En los entierros, procesiones, los niños son acompañados de la botella andante, en manos de un familiar, todo el recorrido. ¿Tanta sed hay o tanto negocio? O tal vez hemos equivocado la sed, que ésta sea más profunda y tratemos de suplirla las veinticuatro horas del día babeando de un plástico.
Desde luego la botellita se ha elevado de su lugar, más lista que nosotros y sólo sirve para llevarla en las manos. Nuestros sesos, quizá anden estropeados de hacer mal uso y se estén convirtiendo en serrín. Otra explicación no cabe.