Convivimos varias generaciones de humanos y nos toca respirar el mismo aire. Desde hace cientos e incluso miles de años, los humanos se han congregado en comunidades las cuales han evolucionado según sus propias normas y modo de vivir, cada comunidad diferente, con coincidencias unas y otras respecto a lo básico y con notables diferencia en cuanto a leyes reguladoras de su día a día y sobre todo en cuanto a creencias religiosas.
“Dios lo quiere”, ha sido la proclama, usada varias veces a través de la historia, desde que el Papa Urbano II la enarbolase para aclamar a la cristiandad en el momento de la declaración de la primera Cruzada, en el Concilio de Clermont allá por 1095.
“Alá es grande”, expresión de fe utilizada en el islam por el que profesa la religión musulmana, en varios aspectos de su vida, sobre todo en la llamada a tomar las armas y erigirse en pie de guerra.
Existen infinitas confesiones y creencias, cuestiones de fe todas que guían a las diferentes comunidades desde el principio de los tiempos, pero los mundos cristiano y musulmán han tenido, por historia, enfrentamientos perennes que aún perduran en el siglo XXI, al que se le suma el judío, conformando la triada de las grandes religiones monoteístas.
A la globalización le ha salido un “grano en el culo”, y donde priman los intereses particulares florece la creencia más ancestral para conducir a las comunidades, sin importar nada, incluso dando su vida, a continuar con sus cuestiones de fe.
Pretender que todos pensemos lo mismo y que los que gobiernan y reparten territorios sean los que estén en posesión de la verdad, se convierte en el error que puede exterminar a la humanidad. ¡Gracias, siempre!
