Ya quisiéramos. Nada, no refresca. Pero es inevitable, desde el punto de vista más terrenal, echar un vistazo a los modelitos que te proponen las marcas, para que no sucumbas a la entrada de esta estación marrón y naranja. Cuando veo imágenes de abrigos o pantalones o chaquetas enguatadas, me da un calor extraordinario, soberbio, sorprendente, bestial, apabullante, arrasador. No se extrañen, estamos en la época de las grandes adjetivaciones.
Me encantaría decir que he caminado sobre las hojas secas y húmedas, bajo la lluvia que cae de forma displicente, me gustaría usas mis sentido para oler esa tierra mojada, pero no puedo. Todo está demasiado seco. Me gustaría poder sentir como la poetisa estadounidense Emily Dickinson al escribir que el otoño es “como el suspiro de la naturaleza mientras se prepara para el invierno” o como Neruda que utilizó esta estación del año para hablar del desamor “hoy una mano de congoja llena de otoño el horizonte y hasta de mi alma caen hojas”, o como Cernuda que recogía en OCNOS sus sensaciones sobre la vida ”encanto en los otoños infantiles…”.
También se cogieron pinceles para trazar colores otoñales como hizo el británico John Everett transmitiendo con su pintura melancolía y nostalgia para huir del academicismo de la época. Óleo y lienzo para el otoño de 1856. Técnica de luces y sombras. Monet sabía de otoños un rato y también su alma impresionista. Pintar la luz , la luz del otoño en “Efecto de otoño en Argentuil”,refleja en amarillo dorado o azules, en esa transición sencilla entre el día y el atardecer.
Los científicos también protagonizan estas fechas. El médico y bacteriólogo Alexander Fleming descubre en un otoño de 1928 la penicilina. La atmósfera del verano se desvanece más en la imaginación, en el deseo, que en la realidad, pero otoño es.
